A la hora de hablar de Hulk, hay una pregunta del millón. Mejor: de los ciento cincuenta millones, que es lo que costó esta versión cinematográfica a cargo de Ang Lee. Y tiene que ver con la razón por la cual no importa lo grande que crezca el monstruo... Pero nunca se queda sin calzoncillos. “Es una intriga fascinante”, apuntó Eric Bana, el actor australiano que encarna a Bruce Banner. “Y la respuesta tiene que ver con el hecho de que, si no fuese así, tendríamos bamboleándose por ahí siempre un enorme pene verde, algo que disminuiría la posibilidad de estrenar la película en 4 mil cines norteamericanos simultáneamente.” A pesar de que el calzoncillo o pantalón de jean, o lo que sea sorprendentemente indestructible ha sido siempre una marca de fábrica del personaje, se dice por ahí que Ang Lee intentó dejarlo de lado a la hora de filmar su Hulk. Pero no pudo ser. Lo que sí pudo hacer es una película de más de dos horas, cuya primera hora está ocupada por una compleja trama de pesadas herencias genéticas y psíquicas. Atrevido y monstruoso, este Hulk es mucho más cercano al comic que a la serie televisiva, al menos cuando se viste de verde y lo dejan salir a jugar. Con ese hermoso mechoncito de la bella Jennifer Connelly cayéndole sobre el rostro una y otra vez, el film de Lee tranquiliza a su bestia, cuyo comportamiento destemplado remeda el mismo film, que parece enojarse hasta perder el sentido de las formas y crecer desproporcionadamente en su segunda parte, permitiéndose todos los juegos y los excesos, narrativos y de los otros. Casi experimental a la hora de hablar de las conservadoras superproducciones de Hollywood, Hulk intriga, divierte y sorprende, llevando las cosas bien hasta el límite. Como yapa, atención al tema de los títulos del film, en el que los ex Guns’n’Roses en pleno (Slash, Duff McKagan y Matt Sorum) acompañan a Scott Weiland en la canción “Set me Free”. O sea: libérenme. Era hora.