Jueves, 5 de marzo de 2015 | Hoy
EL SANTIAGO BERNABéU DESDE DENTRO
El estadio del Real Madrid es uno de esos lugares fuera del tiempo: ídolos abucheados, canciones de cuarteto y petrodólares.
Por Juan Ignacio Provéndola
Entre la boletería de acreditaciones y los palcos de prensa hay medio kilómetro, lo cual no parece mucho si se ignora que la distancia es vertical. Largas escaleras y un par de ascensores conectan esa entrada (una de las 60 del estadio) con el feedlot en el que se agolpan centenas de periodistas de todo el mundo. En el camino no sucede nada relevante, pero ni bien se toma posición en el pupitre, queda a tiro un mensaje que deja en claro cómo es la cosa: “Hala Real Madrid... y nada más”, pontifica una bandera en la primera bandeja de enfrente, justo donde comienza a extenderse la línea del mediocampo, traza que surcó históricamente el mejor fútbol del Bernabéu entre trancos elegantes y egos indomables.
Por historia, laureles, comercio y marketing, el Real Madrid se convirtió en sinónimo de un éxito estruendoso e irrenunciable: no sólo hace falta ganarlo todo, también hay que desearlo y demostrarlo a cada instante. Ponerse la camiseta, seas Cristiano Ronaldo para enfrentar al Chelsea o Fulano Sultanito para jugar con tus amigos, conlleva una serie de implicancias no escritas en la tela blanca, impoluta hasta que el fuego de los petrodólares pudieron estamparle el nombre de la aerolínea dubaití que financia operaciones obscenas en los clubes más importantes del continente.
Así como el corazón lo hace con las decisiones que toma, las banderas también se impulsan por arrebatos emotivos al escoger sus leyendas. Pero no es el caso: la frase del trapo en cuestión es el título del nuevo himno del club, compuesto ni bien el Madrid ganó la Champions League 2014, décima en su historia, un record en toda Europa. Un éxito cercano en el tiempo pero lejano en la estima histérica de quienes creen que ganar no es un mérito sino un derecho que a nadie más le pertenece.
En el universo real hay lugar para emociones e imprevistos. En el Universo del Real, en cambio, todo está fríamente calculado. Lo importante es lo reciente. La bandera, con su frase, al ladito del campo de juego, no está por casualidad: es un recordatorio para los ídolos de ayer.
Real Madrid venía de comerse una zurra de órdago. El Atlético del Cholo Simeone ofreció una función estelar que tuvo al vecino como invitado indigno: el Real perdió 4-0 y hasta el más optimista de los hinchas tomó ese resultado como una afrenta a una historia que en otros tiempos tuvo el cobijo de los reyes, de Franco, la Federación Española y los árbitros. Aún conserva la ambición desmedida de sus dirigentes y una habilidad financiera para captar billones ajenos en función de intereses personales, argumentos hasta ahora suficientes para seguir tomando la vanguardia en el fútbol del planeta. Pero eso no sacia el hambre de los merengues, voraces hasta el empalago.
Las tensiones se perciben antes de que comience el partido ante el frágil Deportivo La Coruña: la voz del estadio anuncia la formación local y una rechifla atronadora encierra el estadio en un cono de odio. Están silbando a Iker Casillas, capitán merengue, máximo campeón del plantel, emblema del fútbol español contemporáneo y mito viviente. Su currículum pareció escurrirse en cada una de las pelotas que no pudo detener en el fatídico derby ante el Atlético y medio Madrid tiene una amnesia inentendible. Entre los agitadores están los Ultras Sur, barrabravas que adquirieron de Argentina no solo algunos cantitos (el Beso a beso de la Mona Jiménez, a la cabeza), sino también ciertas virtudes para conseguir favores, dineros y protecciones del club al que dicen amar desinteresadamente. El resto de la alineación es completada por los altoparlantes y pasan Arbeloa, Kroos, Bale y hasta CR7 sin despertar entusiasmo. Sólo se lleva aplausos Isco, voluntarioso malagueño que se ganó la simpatía por su perfil bajo y algunas intervenciones decisivas. El monstruo blanco del Bernabéu plebiscita domingo por medio a sus jugadores, sus ídolos y sus bronces.
Los madridistas fueron los verdaderos indignados de España. Mucho antes de la crisis del bipartidismo republicano se escuchaban ya epítetos de mofa y fastidio desde el palacete del distrito Chamartín: “¡Hala Madrid... y nada más!”. Los que ganan escriben una historia que monopolizan. Todo lo que esté por fuera, no existe. Ni siquiera el delicado conflicto que, producto de operaciones fiscales cuestionadas, puede sumergir al estadio en un inminente escándalo judicial. A don Santiago Bernabéu no le interesaba el fútbol tanto como se cree. “Nació contra mi propia voluntad. Lo que de verdad me gustaba era la música. Y lo que me volvía loco era leer. Pero, sobre todo, pensar. Eso es lo que permite desarrollar ideas propias. Ojalá quede ese legado”, anheló en una entrevista que evidentemente no circula por los pasillos que hoy pretenden honrar su nombre.
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