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El año pasado, había flotado el rumor de que tocarían en enero. No pasó, obviamente, porque si hubiera ocurrido, el mundo sería un lugar mejor. El anuncio de la realización local del Sónar, que en su edición original los tendrá nuevamente tocando en junio en Barcelona, aviva el fuego sagrado de la tribu Zef local: que venga Die Antwoord a la Argentina, carajo mierda.

¿Quiénes? La única banda que realmente importa. Sí, está bien, tiene que caer Wilco, y todavía no vinieron tales ni cuales, y ni que ocho cuartos. Die Antwoord. Guárdense a Mark Ronson, a Clean Bandit, a Ariana Grande, a Adele y al séptimo hijo varón de Bob Marley, que encima capaz sale Hombre Lobo. Die Antwoord. Yo-Landi y Ninja, nada más que eso importa por ahora.

Salvo tal vez por GirlTalk, el combo del incomprendido visionario Gregg Gillis, ninguna banda entendió la época como Die Antwoord. Los OK GO! y los tUnE-yArDs tienen un impacto visual similar, pero son ampulosamente serios. Yo-Landi y Ninja son la basura blanca más nutritiva de esta era: se pueden disfrazar de pija gigante o con un overall de ratitas, hacer los videoclips más estremecedores de la década, y flowearla toda en un brutal afrikaans.

Tres discos fantásticos: $0$, Ten$ion y Donker Mag. Un montón de videos inauditos, fenomenales. Una comunidad de fanáticos que inunda de dibujos. Un show sacado, groovero, fundante del killer-rap-rave. Y la aparición en la película Chappie, recientemente estrenada. Detrás del mejor flequillo del pop mundial y el mejor diente de oro del rap universal, Die Antwoord tal vez sea la única banda capaz de convocar al fanático de los youtubers, al pastillero de la primera hora, al diseñador gráfico de vanguardia, al yonki de los barrios bajos, al semiótico de la cultura rock, al pajero más experto en furry porn, y al matemático más psicodélico del distrito.

No traigan a nadie más. Traigan a Die Antwoord y su culo los seguirá.