LOS FUTUROS #24: EDOUARD LOUIS
El fenómeno editorial francés tiene 22 y una terrible historia.
› Por Lucas Garófalo
A Eddy Bellegueule lo fajaban tanto en el colegio que tuvo que llegar a un acuerdo con los bullies de su curso para que dejaran de escupirlo frente a sus compañeros, y en cambio lo hicieran fuera del horario escolar. ¿Se puede caer más bajo? Se puede. Su propio padre solía decirle que era “una putita” cada vez que tenía la oportunidad, y su madre se refería a él como “este idiota”. Así es la vida en el infierno grande de Hallencourt, un pueblo chico del norte de Francia.
Pero Eddy esperaba de la vida algo más que romperse la espalda trabajando en una fábrica, así que un día, como en una película de Tarantino, salió corriendo sin mirar atrás. Tenía 16 años. Cuando llegó a París, finalmente pudo hacer todo lo que en su casa estaba mal visto: estudiar teatro, leer un libro, besar a un hombre. A los 18 se cambió el nombre a Edouard Louis. Su pasado, sin embargo, no era algo que quisiera borrar. Necesitaba entenderlo.
Desde que se anotó en Sociología en la Escuela Normal Superior de París, empezó a comprender los mecanismos de la violencia. Leyó a todos los autores que hubieran escrito sobre el tema, y descubrió que el de su familia era un caso de manual: sus padres ni siquiera se daban cuenta de la opresión a la que estaban sometidos. No conocían otra cosa y por eso mismo reproducían esa dinámica agresiva en todos los órdenes de su vida.
Si la violencia invisible era la que generaba la violencia tangible, entonces Edouard tenía una nueva misión: hacerla visible. Y de qué mejor manera que escribiendo su propia historia. En lugar de ponerse en el rol del héroe romántico que triunfa al forjar su destino, en Para matar a Eddy Bellegueule prefiere dedicarse a revelar cuán enquistada está la violencia en su comunidad, intercalando niveles de lenguaje, desde el vocabulario culto que aprendió en la universidad hasta el dialecto oscuro de su pueblo.
A primera vista, la decisión de la víctima de legitimar la voz de sus victimarios puede parecer contraria a la lógica. Pero si hay algo que Edouard Louis aprendió después de años de esconder las miserias debajo de la alfombra, es que no se puede combatir lo que no existe. Doscientos mil libros vendidos más tarde, quizás el infierno de Hallencourt sea un lugar más tolerable.
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