PANAMá MáS ALLá DE LA CUMBRE
Uno de cada cuatro panameñ@s es joven y pobre.
› Por Brian Majlin
Hace unas semanas pasó por Panamá la VII Cumbre de las Américas, pero las calles de la capital panameña estuvieron desiertas. Salvo algunas protestas aisladas, las juventudes, los más bulliciosos, apenas se refugiaron en los rincones que frecuentan, indiferentes a lo que, puertas adentro, se proclamara.
Los acomodados, esa ínfima minoría pertrechada con bluyíns ajustados y camisas de primeras marcas estadounidenses –y algunas europeas para los más osados–, se dejan ver en los shopping centers que florecen en este terruño centroamericano, o en barrios alejados del centro, arbolados y agrestes. Los demás, la mayoría, entre las calles alejadas en el casco histórico, muñidos de gorras de baseball, aunque aquí, lejos de la pasión venezolana, el deporte favorito es el fútbol e incluso un estadio bautizado en forma optimista como Maracaná se erige a metros de los barrios bajos.
Según indicadores de ONU, Cepal, Banco Mundial y demás entidades, en Panamá hay 40 por ciento de pobreza y 17 de pobreza extrema. Es un promedio: en la zona céntrica, donde la Cumbre y los mandatarios, la pobreza baja a 20 por ciento, pero en zonas rurales, donde migraron muchos a pasar los feriados otorgados por motivo de “seguridad” durante la Cumbre, la pobreza llega al 50. Y la mitad de todos esos números, la mitad de esa mitad que son pobres, son jóvenes de 12 a 29 años.
Entre los indígenas, la pobreza tiende al absoluto. Allí los jóvenes lucen tatuajes y adornos coloridos –collares, pulseras–, lejos de las ojotas descascaradas de los que habitan en centros urbanos. Pocos llevan remeras, todas con llamativas leyendas en inglés. Y no tienen mayores exigencias que un poco de sosiego para las ruinosas economías comunitarias, mientras ofrecen servicios turísticos o pueblan las empresas de servicios de limpieza y seguridad, si se animan a dejar la tribu.
Para hallarlos basta alejarse unos kilómetros de ese simulacro de Miami que se mece sobre las aguas de la Bahía de Panamá, con rascacielos de hasta 284 metros. Allí se percibe, lesiva, la obviedad: las migajas del comercio internacional no alcanzan a todos. Un 75 por ciento de los ingresos del país dependen de los peajes que pagan los barcos que cruzan el emblemático Canal que une Pacífico y Mar Caribe: en 2014 cruzaron 13.500, que dejaron dos mil millones de dólares en peajes.
De eso y de los servicios financieros y turísticos que ofrece se nutre una Panamá de cultura estadounidense, con sus shoppings inabarcables. Pero la explosión de consumo tiene un derrame acotado. El 20 por ciento de los 3,8 millones de panameños son jóvenes de entre 15 y 24 años y, de esos casi 800 mil, hay 200 mil que no estudian ni trabajan. Para ellos se creó una Ley de Juventud en 2014, que se fundamentó en esa estadística que cobra fuerza en las calles del casco viejo: la mitad de los pobres tienen entre 12 y 29.
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