LOS FUTUROS #26: DIEGO SCHWARTZMAN
El nuevo tenista de elite argentino es coreado en el mundo.
› Por Lucas Garófalo
Roger Federer, fiel a su costumbre, acaba de ganar la semifinal del torneo de Estambul. Sin embargo, la ovación que baja de las tribunas no es para él. “Diegoooo, Diegoooo” corea el público turco con entusiasmo. ¿Está Maradona en la cancha? No. Está Diego Schwartzman, un ignoto tenista argentino de 22 años que le dio batalla al mejor jugador de la historia y perdió. A veces es más importante reconocer la dignidad que la victoria.
Tras la mejor actuación de su carrera, hace dos semanas Schwartzman se acomodó entre los 60 tenistas top del ranking mundial. Entre los argentinos, sería el tercero. Entre los nacidos después de 1992, sería el sexto. Entre los que miden menos de 1,70 metro, no tendría rival. Es, además, el primer argentino de su generación en jugar la semifinal de un ATP y en cumplir el objetivo inicial de cualquier tenista que transita el profesionalismo: meterse en el top 100. El momento de la verdad es ahora.
El presente del “Peque”, sin embargo, no hubiera sido tan fácil de predecir. No sólo por su estatura (que lo pone en desventaja a la hora de sacar), sino por sus intereses: de familia futbolera, solía jugar a la pelota en el Club Parque, una fábrica de cracks en la que se destacaron Tevez, Cambiasso, Maradona y tantos otros. Hasta los 9, entonces, alternó entre la raqueta y los botines. Y luego se decidió por el tenis, gracias a algunos buenos resultados y una beca del Club Náutico Hacoaj.
Lo que no significa que su fanatismo por el fútbol se haya reducido. Al contrario: el Boca-River del jueves pasado lo vio en Milán, el anterior en Madrid, y hoy, a pesar de que se muera de ganas de estar en la Bombonera, tendrá que conformarse con verlo desde Roma, París o la ciudad que sea que le haya tocado en el itinerario de su gira europea. ¿Argentina se perdió un gran futbolista? Es probable, pero al menos ganó un tenista de elite. Que, por otro lado, tiene la capacidad de ir al extranjero y generar que un montón de turcos coreen su nombre. “Diegooo, Diegooo.” La verdad es que da para creer un poquito en el destino.
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