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En el futuro todos seremos programadores. O al menos eso permite intuir el aumento eponencial de la velocidad con la que avanza la tecnología. Ho que la vida cotidiana depende en gran medida de lo bien o mal que funcionen las máquinas, ser el encargado de darles instrucciones a los aparatos significa ocupar un lugar de poder. Lucas Tavolaro Ortiz se dio cuenta de esto en el secundario, cuando la especialidad en electrónica le quedó chica. Lo suyo, pensó mientras disfrutaba de una jornada en la Olimpíada Informática Argentina, era la computación.

El mes pasado, Lucas y dos compañeros representaron a la UBA en el Mundial de Programación, en Marruecos. Se prepararon a full: durante meses se juntaron dos veces por semana para resolver problemas similares a los de una final. Es que Melanie Sclar, Ariel Zylber y Lucas tenían sed de revancha después de una actuación irregular en Rusia, el año pasado, donde quedaron en el puesto 80 entre 120 equipos de universidades de todo el mundo. Esta vez, las cosas tenían que ser diferentes.

Apenas arrancó el torneo, Lucas le pegó una mirada veloz a los trece problemas de la prueba y detectó uno que podía resolver con relativa facilidad. Encontró la solución, la tradujo a una línea de código (eso es exactamente lo que significa “programar”) y la mandó para su evaluación. No solo estaba bien, sino que el equipo de la UBA era el primero en dar una respuesta correcta. Impulsados por ese gran arranque, terminaron en el puesto 18, por encima de cualquier país latinoamericano y de universidades como Harvard, Shanghai y Stanford.

A la vuelta de Marruecos, Tavolaro retomó sus actividades habituales, que resultan sorprendentes para un chico de 22 años. Es docente (y alumno) de la carrera de Ciencias de la Computación en la UBA, consejero directivo de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales y militante de la agrupación La Mella, una corriente universitaria que forma parte del Movimiento Popular Patria Grande. “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”, decía el tío del Hombre Araña, y Tavolaro lo tiene clarísimo. Por estos días, recorre canales de TV para alertar sobre la falta de presupuesto de su facultad, como queriendo probar que el mundo virtual y el mundo real no deberían excluirse.