El rock, y todo lo demás también, puede segmentarse con el cuchillo del mercado. Y así como existe el subnicho “oldies”, el “rock infantil” ya es una realidad. El mejor ejemplo es una banda que, tras años de under pediátrico en el GBA septentrional, logró trascender el circuito de las fiestas de cumpleaños y los peloteros en base a un formato punk-rocker, una lírica escolar-familiar (con leve aroma escatológico) y un desbordante, creciente, beatlemaníaco público sub-12. Panceta y los Papafritas es un power trío reforzado cuya obra incluye dos discos (el más reciente, Volumen 2 ¡Qué volumen!, cosecha 2015), una hilarante colección de piezas capusottescas en YouTube y un vivo divertido, actoral y muy rocker.

Por algo es que, para ahuyentar al consabido malvado del espectáculo, la banda insta a los niños a hacer cuernitos metaleros y aullar. “Nuestro villano tiene que odiar el rock y hay sólo una manera de destruirlo... uniéndonos y gritando ‘rock and roll’”, explica al NO Panceta, frontman del grupo, con un pasado en proyectos “para adultos”, como Pedo de Vieja (punk) o Santo Sepulcro (trash).

Los Papafritas exponen linaje rocker por todos lados: en las citas musicales (Kapanga, Ramones, Soda Stereo), en las identidades escénicas de sus integrantes (el baterista es el ramonero Ramón, el violero es el guitar-hero Satriani) o en los músicos invitados (Manuel Moretti grabó con ellos en el disco y Agustín Insausti, de Súper Ratones, es su tecladista en escena).

¿Pero cómo hacer para que el rock sea ATP sin dejar de ser rock? ¿Qué pasó con eso de sexo, droga y rock and roll? “El rock es una actitud, una forma de rebeldía y va más allá de las drogas. Así como Huxley tomaba mescalina para escribir Las puertas de la percepción, otros artistas logran resultados increíbles en sus obras sin consumir drogas, como Bono, Phil Collins y Pity Alvarez...”, sostiene. Y agrega con tono más serio: “En cada show de Panceta y los Papafritas me llevo 20 o 30 dibujitos de regalo; eso es rock para nosotros”.