Jueves, 25 de junio de 2015 | Hoy
CURIOSA EXPERIENCIA LOS BICIBARES
Piñón fijo, birra racionada y música para pedalear.
Por Juan Ignacio Provéndola
Las barras rodantes son un éxito, un auténtico negocio sobre ruedas. Allí se celebran despedidas de solteros, cumpleaños, divorcios o el simple hecho de chocar la copa con amigos (o no). Es una farruca que no se detiene. Dura lo que gire el rodado. Lo llaman Bicibar, Bicibirra o Biciloca. La creatividad sigue buscando nuevos nombres para describir algo que se descubre fácilmente en muchas capitales europeas: esta moda de tomar cerveza en movimiento, a la luz del día, en plena calle. La música suena fuerte, las luces se disparan y los clientes gritan como desaforados. Lo mismo que haría cualquiera que se monte a una bici con varias copas encima.
Mezcla de bici tándem y bar after office, las barras rodantes tienen espacio para 16 personas y hasta 30 litros de cerveza. Además de turistas audaces y locales curiosos, hay un conductor, un barman y un DJ. Se sirve bebida y comida, siempre y cuando el vehículo esté detenido, y hay varias canillas que conectan el barril con los pedaleantes. Todos tienen que hacer fuerza para que el Bicibar entre en movimiento, aunque un pequeño motor asiste a los más perezosos.
El fenómeno surgió en Amsterdam, a fines de los ‘90, aunque empezó a popularizarse recién a fines de los 2000, en Berlín. Y la experiencia se replicó en ciudades de la Europa occidental con resultados demoledores. En todos los sentidos: el estruendo se hizo sonar tanto en la aprobación como en la discordia. La primera medida para calmar las críticas fue la de aplicar controles de alcoholemia, aunque antes de subirse a pedalear (¡qué vivos!). Además, hay que ser mayor de 21 años y está prohibido circular a más de 8 kilómetros por hora.
Sacha Lefebvre conoció el Bicibar original holandés y se propuso aplicarlo en su Madrid natal. De regreso a España, vendió su auto, su único capital, para financiar el proyecto. Cobra 15 euros por el paseo, precio en el que incluye dos litros de cerveza. “Acortamos el servicio a una hora de duración porque no queremos tener gente borracha sobre la bici”, afirma, tratando de darles calma a los furiosos detractores del fenómeno. Sabe muy bien que, para la supervivencia del negocio, no sólo hay que conformar a los que quieren subirse, sino también a quienes pretenden que todos se bajen.
Silvia Ortega, Mike Schwentor y Francisco Requena quisieron hacer lo mismo en Barcelona, en 2011, pero al año el servicio fue prohibido y jamás pudieron cancelar el crédito que habían contraído. La única experiencia argenta, en Rosario, no padeció estos obstáculos administrativos: el desinterés social por este bicho importado lo apagó antes de que alguien se molestara en molestarse. ¡La cuenta, por favor!
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