FALLECIó IOSHUA, EL POETA DEL CONURBANO GAY
Músico, performer, en fin artista, a sus 37 se fue dejando una obra de esplendor marginal y nihilismo cumbiero.
› Por Julia González
Ioshua hizo una performance o leyó un poema. Las clausuras aun no eran negocio en el flamante post Cromañón. El Pachamama estaba estallado de gente pero él se paró firme en medio del salón y no voló una mosca. Todo parecía estar bien. El poeta del conurbano gay aún no andaba con ese bastón que le daba aire sofisticado, tampoco se rumoreaba que estaba enfermo. Desde el barrio Libertad en Merlo, trajo esa forma altanera de ser puto, sin miedo ni prejuicios, que tan bien mostró su obra, ahora y por siempre inconclusa tras su fallecimiento.
En el documental Ioshua not dead explica que en el ambiente cultural no estaba bien visto discriminar, y que para eso se usa una manera más cool de exclusión: ignorar al artista. Decir esas cosas también era parte de su militancia. “Negó las instituciones, luchó contra el patriarcado y la homofobia, nunca transó, era un tipo independiente, marginal y completamente formado en lo cultural y lo artístico. Lo que sabía de música, de cine, de pintura, era admirable”, dice Javito Poemuffin, amigo y compañero en la FLIA y en Poesía Urbana, que junto a otros integrantes del colectivo de artistas y escritores actuó como la familia que Ioshua, o Josué Marcos Belmonte, no tenía.
Sus amigos se movieron desde el momento en que se enteraron de su muerte vía Facebook para que no fuera enterrado en una fosa común como NN. Fueron a Mariano Acosta a reconocer el cuerpo y a ponerse la cuestión al hombro. Les contaron que lo encontraron en posición fetal y rodeado de sus dibujos y una estufa eléctrica prendida. “Logramos el cometido de saber que realmente era él. Somos todos militantes y tenemos mucha desconfianza de lo que ocurre alrededor de la autoridad, y más cuando hay marginalidad de por medio”, dice Javito. La autopsia reveló insuficiencia respiratoria, neumonía bibasal y anemia. Quienes lo conocían sabían: tenía sida y cáncer.
La misma noche del miércoles pasado se juntaron con Juan Xiet y otros más en El Emergente Bar, local de tertulias y lecturas, para recolectar la plata que la cochería pedía para entregar y cremar el cuerpo. La suma apareció en diez minutos y todo se llevó a cabo. Al cierre de esta edición, deliberaban qué harían con las cenizas del poeta maldito y sensible, que demostró que hay otras formas de ser, además de las culturalmente correctas.
Es posible olvidarse la cara o el nombre de un poeta que lee de pie. Pero no de Ioshua, que además de poeta, era todo lo que traía consigo. El y su circunstancia. Una especie de Ricky Espinosa que hizo de su vida y el nihilismo una obra de arte. Con 37 años, dejó una intensa obra entre libros vivos, impresos, fanzines, dibujos, blogs, fotologs, canciones, actos performáticos. “Para mí murió por cosas físicas y también por un dolor poético y melancólico muy punk, propio de él y esa mirada nihilista de la vida. Siempre combatió con mucho amor”, dice Javito.
Ioshua popularizó el amor entre wachos. Como dijo Sebastián Goyeneche, su editor en Nulú Bonsai, “pija” dicho por su boca, sonaba a frutas. O como dice Javito: “Se abrazó a la cumbia para mostrar que no era algo malo la alegría del pueblo. Esa marginalidad de sus poemas de ‘quiero merca, quiero pija’ retrataba un ideal de un pibe de barrio gay, un estereotipo distinto del pibe gay que nos quieren meter. Eso hizo que llame la atención, que sea ninguneado en ciertos ámbitos y aceptado por nosotros”.
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