Jue 06.08.2015
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BOOKTUBERS AL ATAQUE, PESE A LA COMEZóN DE LA ELITE CRíTICA

Cybercafé literario

Tomando el ejemplo de los youtubers que comentan videojuegos, el piberío afecto a las letras de pronto hizo emerger un nuevo actor: el adolescente que comenta libros vía streaming y cosecha fans. Un emergente de época en la era de las sagas épicas, fantásticas y románticas para niños y jóvenes.

› Por Andrés Valenzuela

Domingo, 15.40. La sala se va a llenar. Seguro que se llena. Faltan 20 minutos para que comience un debate sobre tendencias y el futuro de la literatura juvenil en la Feria del Libro Infantil (y juvenil), y la sala, posta, se va a llenar, porque se sigue sumando gente. Y los que convocan a todos esos pibes y pibas no son críticos de alcurnia, académicos de bigote ni especialistas tradicionales, sino otros pibes y pibas que comparten edad, pasión y el vínculo de las redes sociales. Booktubers y bloggers, adolescentes que escriben o hablan para otros adolescentes con ganas de leer más, por placer y no por obligación. Es cierto, el NO se apretuja en una sala pequeña, pero cuando toca correr (sí, hay chicos que corren) hacia otra sala, para un encuentro con booktubers famosos, la dimensión de la cosa crece, porque ya se trata de una carpa con capacidad para 300 o 400 personas y está prácticamente repleta. A cada presentación, además, se escuchan ovaciones, aplausos y algunos aullidos. Esos pibes son prácticamente estrellas para los otros. Y lo son porque leen.

Los booktubers son el último fenómeno de la literatura. En general son chicos de 15 a 22 o 23 años, rara vez más grandes, que prenden la webcam (¡o el celu!) y se filman comentando el último libro que liquidaron, haciendo listas, anunciando novedades editoriales y compartiendo su pasión por las historias. En Argentina son un fenómeno reciente pero en franco crecimiento. Tanto que en la Feria del Libro “grande” se premió al “bloggero de la Feria”. El concurso lo ganó Matías G. B., de Cenizas de papel, que tiene más de 1000 seguidores en su blog y más de 7500 en su canal de YouTube. Además, el domingo pasado autoridades de la Feria anunciaron que para la próxima habrá un “Encuentro Internacional”, prometieron invitados latinoamericanos (y quizás españoles) y empezaron a confirmar los invitados oficiales a la gran cita del libro: autores juveniles, en un cambio de tendencia histórico para el evento capital de la Fundación El Libro. El primero confirmado es Rick Yancey, autor de La quinta ola y el inminente El mar infinito, una trilogía de ciencia ficción que entusiasma a los asistentes de la conferencia.

En los países de habla hispana, la cosa arrancó por España, donde algunos booktubers llegan a tener más de 20.000 seguidores. México hizo punta en América latina y ahora es una suerte de meca para los booktubers locales. En todos los mercados, las editoriales también prestan mayor atención a estos chicos, que imponen tendencias entre sus amigos y seguidores. Escuchan sus críticas, reclamos, recomendaciones y les mandan los libros. En el sello local V&R incluso incorporaron al booktuber Leo Tepi a su staff editorial.

Se podría explicar el “furor booktuber” por el ascenso del segmento juvenil en el mundillo editorial, pero sería un poco corto de miras. Pibes que leen hubo siempre, pese al prejuicio adulto, sólo que ahora encuentran en YouTube y los blogs un espacio para compartir sin intermediarios esa pasión, sin alguien señalándoles cuál es la “buena” literatura. Los pibes arman su propio canon y universo de lecturas recomendadas. Uno que se ajusta a sus gustos y necesidades. El correlato literario del fenómeno de los gametubers que hicieron lo propio con los videojuegos, como El Rubius y Vegetta777.

Cualquiera creería que el mundillo intelectual se regocija ante la buena noticia de la pasión por los libros de estos pibes, ¿no? Llama la atención lo contrario. En general, en el mejor de los casos, hay una actitud condescendiente. En los artículos más amigables no deja de filtrarse un tufillo a “bueno, pero leen literatura juvenil, no leen a Borges”. Como si todos ellos hubieran aprendido a leer con El Aleph o sus primeras letras hubieran salido de Cortázar. O como si los chicos no pudieran encontrar en Rowling, Lewis u otras figuras del segmento ideas que les abran el marulo. En casos más extremos, desaparece la condescendencia y el desprecio toma su lugar. El crítico cultural Maximiliano Tomas, de La Nación, acusó al fenómeno de “trivial” y les reclamó porque “tienen la profundidad crítica de la lógica del ‘me gusta’ o ‘no me gusta’ de Facebook”. A estos pibes les importa un bledo lo que se opine. Les encanta leer y compartirlo. Y bien que hacen.

Pero otra cosa se advierte cuando a los pibes se les pregunta cómo se enteran de las novedades literarias. Ninguno menciona los suplementos dominicales más prestigiosos del país ni a los canales de cable de cultura. Ni unos ni otros les hablan a ellos. Aun así, están hiperinformados: sus referentes son otros booktubers de acá y del exterior, otros bloggers y medios internacionales: el New York Times, por ejemplo. Saben qué está pegando afuera y cuándo llegará a Argentina, qué modas surgen y caen, qué géneros priman y qué arquetipos de personajes aparecen con cada tendencia.

Ahora, por ejemplo, tras el éxito del fantasy, las distopías y el realismo, auguran el advenimiento del thriller.

Y atenti con lo de los personajes, porque son varios –varones y mujeres– los que critican la construcción de los personajes femeninos, muy representados como “bobas e indefensas”, aunque rescaten que algunas sagas distópicas (ejem, Los juegos del hambre) las hayan corrido de ese lugar. Varios también celebran la posibilidad de acercarse a temas jodidos, como la violencia, el abuso o las drogas a través de la literatura, que les abre otras posibilidades de reflexión.

Ahora, mientras ellos hablan y un montón de lectores de su edad asienten y toman nota, en Argentina los espacios culturales la ven pasar. En muchos medios argentinos, la literatura juvenil sigue siendo un territorio casi inexplorado, que apenas se asoma para ser atacado cuando llega una adaptación al cine. Como si quienes digitan esos espacios hubieran nacido en un aula de Filosofía y Letras, parecen ignorar que es difícil que un adolescente te lea si lo humillás en sus gustos, con los que se identifica. O no lo ignoran, pero tampoco les preocupa.

En sus recomendaciones, recomendados y recomendantes valoran sobre todo la sinceridad, antes que la profundidad de análisis, aunque a la hora de criticar en público los booktubers prefieren guardarse los nombres y evitan señalar con el dedo acusador. Un mandato los une: no spoilear. Tampoco parecen percibirse mutuamente como competencia, se establecen alianzas (como “Los mosqueteros literarios”) y se recomiendan entre sí con énfasis. Al final, hasta se reconocen como amigos y celebran los encuentros en las Ferias como una “posibilidad de abrazarse”.

Uno de los aspectos más interesantes de todo esto es que, a diferencia de lo que decía el turro de Sarmiento, la letra no entra con sangre. Estas letras, al menos, entran por fuera de los canales institucionales, lejos de la escuela y las profesoras que les insisten con leer El Quijote. Obvio: ¿a quién le gusta que le impongan lecturas? A estos pibes no les jode meterse entre pecho y espalda diez tomos de 800 páginas. Les rompe que los obliguen. Muchos –booktubers y públicos– por igual critican a los docentes. Hay algo generacional, sí, y algo de ignorancia sobre las obligaciones del maestro (que debe darles a leer El Quijote y el tortuoso Mio Cid, y otros más), pero también un hecho insoslayable: hay profes que se copan y apoyan las aventuras literarias de sus alumnos y otros que no dan un mango por las inquietudes de los chicos. Un poco como los padres, que se dividen entre quienes ignoran los intereses de sus hijos y quienes los bancan, sea acompañándolos a encuentros con otros jóvenes o pagándoles los libros. En las charlas en la Feria, nunca faltaron padres agradecidos con estos adolescentes que les recomiendan lecturas a sus pibes. Lecturas con las que, a veces, ellos también se copan. Porque –es bien sabido– a leer se aprende más con el ejemplo que con el garrote.

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