UN DíA ES UN MONTóN DE COSAS EN LA VIDA DE UN JOVEN
La obra de Jimena Aguilar indaga en la tensión entre liberación y sujeción de la sociedad y la familia en la adolescencia.
› Por Brian Majlin
La juventud –divino tesoro– lleva el germen de la destrucción de aquella sociedad que la gesta. En su aparente libertad de responsabilidades y como seres despojados de prejuicios, a menos hasta cierto punto de sus existencias, los jóvenes pueden moldear el mundo a su antojo. O, ante determinadas crisis, recomponerlo y dotarlo de sentido. La premisa, que se muestra simple y esconde la complejidad de la vida gregaria, entronca perfecto con la obra Un día es un montón de cosas, de Jimena Aguilar, que apela al humor para atravesar el drama y que resuelve su conflicto –o lo absorbe, que es otra forma de resolución– en la acción de los dos protagonistas jóvenes. En este caso se trata de soledad, de falta de comunicación, de frustraciones y rutinas estancas, pero podría extrapolarse a casi cualquier compartimiento anquilosado de la sociedad.
Allí aparecen Enzo Pedroni y Mora Arenillas, protagonistas menores de esta cruza entre dos familias que acaban por destrabar la trama con su búsqueda: un padre y su hijo, judíos ortodoxos que acaban de sufrir el abandono de la madre y fuman porro juntos en su living; y el psicólogo de ambos, su esposa frustrada y la hija punk que no les habla.
Puesta a pensar el rol de la juventud como motor de reflexión, crítica y cambio en la vida adulta, Aguilar dice que “a partir de esa fuerza nueva que inserta a la sociedad, esa nueva mirada que aportan, los jóvenes podrían ser quienes ‘denuncien’ y alerten respecto a esas categorías y a esos pasadizos del pensar, que en la sociedad se han vuelto absolutamente estancos e incuestionables, y que podrían y sobre todo deberían no serlo”. Otra vez habla de su obra, pero podría no hacerlo.
Arenillas y Pedroni también se prestan al juego de pensar el rol de la juventud –el propio, con la dificultad que conlleva pensarse con 17 y 22 años–: “La juventud mantiene a la sociedad moderna, y la va modificando a su antojo. La hace crecer y la destruye a la vez, con prejuicios a la adultez, y a lo distinto o desconocido”, explica su visión ella.
El atribuye a la juventud “la capacidad para reflejar las frustraciones o los deseos huérfanos de los adultos”, pero ve en la inexperiencia una vía para la complementariedad. “Lo que se intenta representar son dos mundos opuestos, y que tienen que chocar para el progreso, y que cuando se terminan ciclos, comienzan otros”, añade Arenillas.
En ese juego de crisis, cambio y continuidad, el humor es la pieza clave que aliviana tensiones, pero que a la vez juega el rol de reflejar el sinsentido cotidiano que lleva al público a identificarse. “El humor es un estilo de vida, una forma de relacionarse con el mundo de una manera más feliz y presente. También es un modo de pensar y reflexionar, justamente porque nos permite corrernos del punto de vista dominante, nos permite ver las cosas desde otro lugar, incluso de una manera más amorosa y comprensiva, y así replantear lo que sea que se haya planteado, de una manera diferente y más enriquecedora para todos”, sintetiza Aguilar.
* Domingos a las 20 en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960.
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