Jue 01.10.2015
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LOS PUNTOS CARDINALES DE LA LITERATURA CONTEMPORáNEA

Encontrados en la traducción

Editoriales locales traen al castellano a jóvenes autores que indagan en el cinismo, la precariedad y los traumas de su generación.

› Por Luis Paz

Las escrituras de Joe Meno (Chicago, 1974) y Carol Bensimon (Porto Alegre, 1982) no encastran, son partes de rompecabezas distintos. Sin embargo, sus recientes traducciones y publicaciones por cuenta de editoriales emergentes argentinas ponen a sus libros Chica de oficina (Páprika) y Polvo de pared (Dakota Editora) en una insólita pero sólida contingencia. O en más de una.

En principio, por el hecho de que son autores contemporáneos y alternativos que aparecen ante el lector argentino casi en simultáneo, como exponentes de la costumbre adquirida de traducir localmente los textos de escritores en acción, allá y ahora. Primero fueron los clásicos, luego best sellers, más tarde obras de culto, pero masivas; y al fin, la traducción le toca a textos flamantes, de autores ajenos a esas categorías. Trabajo, el de traer al castellano (en general, al argentino) novelas y cuentos de jóvenes escritores, llevado a cabo fundamentalmente por editoriales pequeñas e independientes, sellos boutique comandados, claro, también por jóvenes.

Dakota Editora, fundada en 2012, estrenó con traducciones del dúo dinámico alt lit, Megan Boyle y Tao Lin, y con la intención manifiesta de reflejar textos urgentes en las tres lenguas del continente, documentada con títulos argentinos (La masacre de Reed College de Fernando Montes Vera, El mes raro de Valeria Meiller) y estadounidenses (Angulo de guiñada de Ben Lerner, el inminente La guerra humana de Noah Cicero). Páprika, con flamante edición de Mundo cruel (del boricua Luis Negrón), sacó también Te quiero (segundo del argentomisterioso J.P. Zooey) y tradujo El último teorema de Fermat (Simon Singh) y El curso del corazón (M. John Harrison).

Otra casa editora que viene traduciendo fuerte es Mardulce, también con el foco en autores contemporáneos, más diversos en su internacionalidad pero no tan jóvenes (Jean Echenoz, Valerio Magrelli, Cynthia Ozick, Ronald Firbank). No obstante, su traducción de Zanzíbar, del francés Thibault de Montaigu (Boulogne-Billancourt, 1978), y Te quiero (de Zooey, vía Páprika) completan un cuadrante con las obras de Meno y Bensimon. Los cuatro títulos de autores sub 40 (cuando publicó Office Girl, Meno tenía 38) pueden ser superpuestos al final de un catalejo para devolver una calidoscópica vista de la Internacional Treintañera, la camada global intermedia entre la Generación X y los Millenials, la generación del puente tecnológico.

Odile y Jack, protagonistas de Chica de oficina, así como Bonnie y Clyde, de Te quiero, o Klein y Vasconcelos, de Zanzíbar, comparten la pretensión irónica característica de esa generación (almidón convertido en empalagoso condimento del hipsterismo universal), aunque acaban de a ratos cínicos, a veces siendo directamente unos cretinos. Manijas, descreídos, ansiosos por hacer algo trascendente con el menor esfuerzo posible, los integrantes de este plantel amanecido recurren a la gastronomía new age, fuman porro, cogen por coger. Y al igual que los de los cuentos de Bensimon, que en general son más contemplativos, tienen trabajos de mierda, precarizados.

Polvo de pared se debe a su título: allí se olfatea el urbanismo como tema, la casa vacía, la vida en hoteles, la irrupción de un barrio cerrado en un pueblo. Cuando la brasileña escribe, la cosa va por cómo una aparición (la obra en construcción) o una desaparición (un suicidio) extraordinaria hacen de lo cotidiano un fantasma, una cosa inasible: el sentimiento de vacío que llega cuando se vuelve a casa del funeral de un familiar que vivía con uno. El marco de Chica de oficina, en cambio, es el del arte contemporáneo. El de Zanzíbar, el periodismo. El de Te quiero, el compromiso. Todos asuntos en reformulación y reescritura en esta época, la época de estos autores.

Y son estos escritores, por último, los que aún entre cruce y divergencia, indagan en maneras frescas de contar y enfrentan el gran tema moderno: la idea de que no pasa nada. Ni en la vida ni en el mundo ni en sus libros.

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