Jue 22.10.2015
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20 AñOS DE LA TECNODéLICA HACKERS

CRASH & BURN

El futuro, Angelina Jolie zarpada en cibersexy y su ondera nerdopandilla.

› Por Hernán Panessi

En algún momento de la historia, el film Hackers representó una alegoría de su propio presente. La ciencia ficción ha encarnado la difícil tarea de pintar para atrás y para adelante: los especialistas en seguridad informática del cine siempre trabajaron como dentro de una Matrix. Todo comienza en Seattle, 1988. Una redada policial engrampa al destructivo, antisocial y virósico Zero Cool. El acusado es un pequeñísimo pibito y, a partir de allí, tiene prohibido tocar cualquier aparato electrónico hasta la mayoría de edad. Su espíritu no relaja y los ceros y unos siguen ahí.

El 15/9 se cumplieron 20 años del debut de esta pieza de arte retrofuturista, con un par de nombres claves que le daban la bienvenida a una época: Crash Override y Acid Burn, aquellos nicknames imitados hasta el hartazgo en las viejas salas de chat. Dos piratas informáticos, una misma visión de mundo: “Piratear es más que un crimen, es un modo de supervivencia”, dice alguno por ahí. De fondo, una música electrónica que asomaría paulatinamente con fuerza clavando banderas en las Loveparade y en DJ Deró tocando Aurora para miles de ravers. Y es, por acá, el recibimiento a la mejor y más sexy Angelina Jolie: el corte garçon no dejó dormir a nadie y su desdén canchero todavía resuena a más de 7300 días de su estreno.

¿Cómo definir la sustancia germinal de la WWW? Con Cyberdelia, la fiesta que intempestivamente juntaría a los disquetes 3.5” con un lenguaje visual de distopía, la joda que regularía lo sexual entre Angelina y Jonny Lee Miller. La sinrazón, los clichés reproducibles, las trencitas, la ropa ubicada a 30 minutos de distancia del momento en que habla, su pirotecnia cibernética, los videojuegos con polígonos en 3D, el bagaje cultural de la naciente Ghost in the Shell, la legendaria Neuromancer y la meridiana obra de los Hermanos Wachowski. La conexión divina entre el antes y el ahora está inscripta en la tradición de un fantasma semiótico: un eco del pasado que retroalimenta el presente y modela el futuro.

Los hackers representaron siempre un pasito más hacia la posmodernidad. Así fue cómo la figura del ñoño granudo fue rápidamente reemplazada por unos guachos onderos perseguidos por el FBI. Y ya sin banda sonora de Underworld o The Prodigy pero, es probable, con el mismo ímpetu de vanguardia de antaño, los especialistas en contraseguridad siguen siendo el temor del mundo físico y el combustible para casi todo aquello que nos gusta. Por eso es que Hackers, a su modo, resulta la traducción más fiel, inocente y poderosa de estos 20 años de ciberespacio.

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