Jueves, 19 de noviembre de 2015 | Hoy
EL “GALPONCITO DEL FONDO” DE TRUCHOTOYS
Panulo y El Robot fabrican a pedido muñecos raros con herramientas ídem.
Por Andrés Valenzuela
“Salen caros, sí. Ese, 500 pesos. El caucho es caro, hacer el molde lleva laburo. Y es nuestro trabajo, lo hacemos valer.” Lo de Panulo, co-fundador de Truchotoys, es más que un panorama económico. Es una cuestión de principios. Con su cómplice El Robot, en un “galponcito del fondo” del oestísimo porteño, hacen juguetes. Muñecos: bizarreadas de resina, engendros de plástico abandonado y en desuso.
El NO los encuentra laburando: alguien les encargó una tanda de 40 Masters of the Universe de colores brillantes y con las cabezas cambiadas, pero igual de articulados que los viejos. Ellos desarman un nuevo molde que sostienen con piecitas de encastre y preparan un poco más de material con una máquina de factura propia.
El Robot se viste a tono para las fotos: bata blanca, borcegos y una máscara de soldar sobre la que se encaraman dos cuernos de toro. Panulo tiene su propia máscara, pero va a buzarda desnuda. El corta rebarbas del plástico con un cutter, arma y despliega sobre la mesa de laburo. En unas cajas guardan el “packaging”, para el cual armaron su propia máquina de “burbujas” para embalar. Y además de los moldes, también combinan restos de juguetes viejos para crear sus propios frankensteins.
Además del encargo puntual, están en plena colaboración con la muchachada de Shitty Games, para combinar el lanzamiento de un videojuego con sus propios personajes y una nueva tanda de muñecos. “Como hacía en su momento Mattel con los dibujitos, para promocionar sus líneas de juguetes”, explica Panulo.
“En algunas ferias nos preguntan si somos revendedores, piensan que salen de una fábrica”, revela El Robot. “Es que tratamos de ser lo más profesionales y piratas posible”, grafica su compadre. Cuentan que empezaron haciendo una virgen con cabeza de Skeletor. La foto en Facebook copó y les empezaron a llegar pedidos. De acá y de afuera: Alemania, Estados Unidos, Japón. En esos países la movida está en pleno auge, aunque claro, los precios circunscriben el consumo a los coleccionistas. “No es elitista, pero tampoco es para niños: no son para jugar, entonces si no coleccionás juguetes, no te gastás la plata”, apunta Panulo.
A sus compradores suele pintarles la nostalgia: por eso los He-Man metamorfoseados garpan a full y también funcionan los intervenidos de Dragon Ball o Star Wars. La premisa que se plantean, sin embargo, es que la idea les cope primero a ellos. No aceptan “encargos” si no les resulta divertido. Panulo define su línea estética/artística: “La bizarreada en que nos entendemos con los amigos, lo escatológico, la vulgaridad, el grotesco”. Y reconoce en sus tempranas influencias el amasijo que se cocina dentro de ese horno de fabricación casera: dosis generosas de Cha Cha Cha, dibujitos de la tarde ochentosa y el punk de la adolescencia. Un hazlo tu mismo de delirios y recuerdos febriles de infancia.
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