Jueves, 10 de diciembre de 2015 | Hoy
LEANDRO GABILONDO DEFIENDE LA PERTENENCIA
Comandado por la conmoción, el escritor y poeta convierte en fantástico lo habitual.
Por Julia González
La tapa del libro de relatos La pertenencia tiene una foto. Si se desconoce la trama tras la imagen, puede ser cualquier lugar. Pero no. Es un atardecer en Arrecifes, al norte de la provincia de Buenos Aires, captado desde una casa del pueblo de Leandro Gabilondo. “Es el mejor lugar del mundo por escándalo. Es mi mundo para siempre”, asevera el escritor. Habla del Club Obras de Arrecifes, cuyo tanque se erige majestuoso en la foto de la tapa. Ese es el territorio que describe con algo más que cariño y pasión popular Gabilondo, quien pasó allí su infancia y adolescencia.
En el Club Obras también presentó Delivery con lluvia (2011), su primer libro de poesía, fruto de una cadencia urbana que se incrementó en Retiro (2013), también de poesía, en el que hay referencias específicas a los barrios porteños. “El poema se transformó en un ejercicio. Soy un soldado muy obediente, leo poesía paralelamente a la prosa. Son como hábitos de idiota que tengo pero que me hacen bien. Nunca voy a dejar de escribir poesía. Lo otro, los relatos, son la raíz”, dice.
En 2004 fue a Rosario a estudiar Letras. En 2007 emigró a Capital y siguió en Puan, sin lograr ninguna equivalencia en las materias, hasta 2013. Le faltan finales que no le interesa dar. Rosario también es un territorio abordado en La pertenencia, donde vivió con Pato, su hermano y protagonista de esas historias, junto con el resto de su familia. “No quise contar mi autobiografía, sino contar mi mundo. Empecé a avanzar en el libro y me animé a que mis familiares sean personajes”, dice. Y empezó a leer autores que escribían desde ese lugar, como Inés Acevedo en Una idea genial, o Mi libro enterrado de Mauro Libertella.
En los diez relatos que componen La pertenencia, Gilda y los Rolling Stones cohabitan en el cuarto de un pibito hincha de River que se mezcla con la realidad del Gabilondo que a los 14 descubrió a Jack London y no le importó que fuera un yanqui colonizando su hogar peronista. Allí la Patri, su mamá, riega los malvones del jardín; un vendedor ambulante parecido a Miles Davis tira frases únicas; Roque Narvaja, Leo Mattioli y El mató a un policía motorizado comparten la banda de sonido “para siempre”.
Con un estilo más propio que arlteano, Gabilondo construye altares comandados por la conmoción. “Fui laburando el libro paralelamente a la poesía durante casi cuatro años, quería abarcar mi infancia y mi adolescencia. Un personaje que quería laburar era Gilda, porque me marcó la emoción a pleno y estaba siempre esa distancia entre el rock y la cumbia. Era una especie de guerra idiota que sufrí porque también estaba enamorado de las canciones de Gilda cuando los Stones presentaron Voodoo Lounge.”
Acérrimo defensor de los lugares comunes y enemigo de “esa policía que dice ‘no vayamos a lugares comunes’”, Gabilondo abraza lo popular y ensalza aquello que no reluce justamente por ser algo de todos los días, trivial y grasa, y que, contado con la emoción de quien lo ve con el asombro de la primera vez, se convierte en fantástico. Cree en el mundo de cada escritor y en el suyo en particular. Por eso refiere a Fabián Casas, Rodolfo Edwards y Leonardo Oyola. Tal vez mañana narre una ficción de “unos enanos con camisetas de Vélez que vienen de Saturno y nos matan a todos”. Sin embargo seguirá escribiendo sobre la pertenencia. Como él dice, “para siempre”.
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