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Jueves, 10 de diciembre de 2015

AGUAS(RE)FUERTES

EL QUE NO SALTA ES UN JAPONES

Con el Mundial de Clubes por delante, un pispeo de la liga nipona.

 Por Fernando D’Addario

Desde Kobe, Japón

“Oh, vamos Vissel Kobe/ Vissel Kobe/ Vissel Kobe/ vamos Vissel Kobe”, canta la barra brava del Vissel, así como suena, en español, asumiendo una mimetización fonética que arenga –como el “Hey Ho Let’s go” ramonero o el “Vamo’ lo Redó” ricotero– sin necesidad de explicación idiomática. Al parecer, los jugadores del Vissel son inmunes a toda posibilidad de contagio, no dan pie con bola y en su propia cancha se ven dominados por el Kashima Antlers. Los hinchas los aplauden igual. Festejan los rechazos y dejan pasar con indulgencia los errores de un árbitro que los perjudica sin esforzarse demasiado. En la tribuna de enfrente, los del Kashima no paran de alentar. Los cantitos arrancan y terminan con precisión de relojería, como pregrabados en una consola, pero cuando Yuto Yamamoto aprovecha el enésimo error defensivo del Vissel y anota el primer gol, el grito es seco (“¡Goóru!”) y se corta inmediatamente, ahogado en un gesto de autocontrol y respeto al rival. Es un partido más de la J-League, la primera división del fútbol japonés.

Llegamos a la cancha en subte. Los hinchas caminan en silencio, uniformados con los colores de su club. También los del Kashima, que vienen desde lejos y se mezclan con los del Vissel sin que se cruce una mirada. Muchos de los fanáticos del equipo visitante llegaron a la ciudad de Kobe en avión. Dicen que es más barato.

Las colas más largas no son para sacar las entradas (que cuestan, promedio, un equivalente a 500 pesos) sino para los puestos de merchandising y los locales gastronómicos que forman parte fundamental del complejo deportivo. También hay un escenario donde canta un grupo de J-Pop, un stand que funciona como spa de manos para mujeres y otro donde unas chicas muy simpáticas ofrecen masajes descontracturantes a una clientela que no da signos de padecer estrés pre-futbolero.

El partido es malo. Ni siquiera hay patadas. Cuando el Kashima hace el primer gol, y luego el segundo, nadie reacciona. La barra sigue cantando las mismas canciones, la mayoría extraídas del repertorio de la Champions League y guiadas por un director de orquesta que organiza el aliento colectivo con megáfono. Las banderas tienen inscripciones en inglés (“Vissel, pride of Kobe”) y hay mucho verde y amarillo en la popu, porque los japoneses son fanáticos del fútbol brasileño. Hay en la cancha cuatro o cinco jugadores de ese origen, pero no se nota.

Cada 10 o 15 minutos, desde una pantalla gigante se invita a la multitud: “¡Clap your hands!”. La multitud obedece, aplaude con síncopa oriental y deja que el partido conviva con sus placeres extrafutbolísticos. Algunos intercambian a través de sus smartphones videos del mismo partido que están viendo en carne y hueso, otros consumen sus viandas de bentobako, unas cajas muy populares que suelen llevar los chicos a la escuela. La de nuestros vecinos de platea contiene arroz, sushi, carne de cerdo y vegetales: es inevitable que decaiga la concentración en el juego.

Cuando el partido termina, el once perdedor se junta y va a saludar a las cuatro tribunas. Los jugadores hacen una reverencia conjunta y piden perdón por la pésima actuación. Al llegar al sector donde está la barra brava, el líder, megáfono en mano, sacude a los jugadores con un reproche programado para situaciones de derrota. “Les dicen que la próxima vez pongan más huevos, por el honor del club”, nos explica Juan José Shukuya, argentino de origen japonés que vive en Kobe y es hincha del Vissel. Los jugadores escuchan con estoicismo el escarmiento verbal y se despiden inclinando la cabeza, con un “sumimasen” (disculpas) que los redime. Se van aplaudidos.

A la salida, un puñado de empleados del club organiza la desconcentración de 20 mil personas, que se produce en pocos minutos sin que los vecinos del barrio se enteren. Un policía nos dice: “Arigatoo gozaimasu”. Que significa “Muchas gracias por venir”.

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