› Por Javier Aguirre
El fútbol es como la Fuerza: fluye alrededor de todos los seres vivos; nos rodea y nos envuelve. Es cada vez más grande y abarcativo: lo que pasa dentro de la cancha ya es sólo una parte del juego. Y en 2015 seguimos con adrenalina grandes hitos (para)futboleros acontecidos en despachos de Buenos Aires, en lobbies hoteleros de Zurich, en oficinas de Asunción del Paraguay y en catacumbas del edificio del FBI en Washington DC. Curioso.
En un año en el que dentro de la cancha pasaron tantas cosas interesantes, extrañas, atractivas, el fútbol aportó tantas (o más) cosas interesantes, extrañas, atractivas en otros campos de juego: los escritorios. Seguimos con excitación los allanamientos y pedidos de captura de Interpol a los peces gordos de la FIFA, la AFA, la Conmebol, Torneos y Competencias. Esperamos con pasión el fallo continental tras el gas pimienta del Panadero Napolitano en el Boca-River de la Libertadores. Gozamos que a respetables exfutbolistas vintage como Platini y Beckenbauer les colgaran oficialmente el cartelito de “ladronazos”. Y paladeamos los oscuros designios de AFA, como el torneo de 30 equipos lleno de clubes-basura o las elecciones con empates fraudulentos y votos pegados con moco clonado de Don Julio. O como los pitazos escandalosos de Diego Ceballos –para regalarle la Copa Argentina a Boca– y otros referís –para omitir las patadas en el pecho y las fracturas expuestas ocasionadas por jugadores xeneizes.
Los “cinco gordos de traje en un escritorio” (daguerrotipo del mediático ex y ahora también flamante 9 de Boca, Dani Stone Osvaldo) definen esa cofradía de peces con sobrepeso que, en las sombras de Europa y Sudamérica, organizan eso que tú amas y la levantan con pala por el camino. Cracks alemanes, franceses, suizos, argentinos, brasileños, paraguayos... ese sí que es un dream-team.
Línea de cal adentro, 2015 también tuvo emoción. Como la llegada de River a Japón con tres copas internacionales en el bolsillo, tierna historia de redención que llegó más rápido que los mil años de oprobio esperables tras el descenso de 2011. Como el ochentoso revival de las liguillas para clasificar a torneos continentales, frenética mini-secuela para aderezar el título de Boca todavía tibio. O como la mufa de la Selección Argentina, que se obligó a una refundación en las Eliminatorias tras la lesión de Big Messi y que perdió la Copa América ante la Generación Dorada chilena (¿la Generación de Cobre?). Sí, la Selección tuvo otra final perdida, la quinta en once años, entre copas América, de Confederaciones y el Mundial. Orgullo amargo.
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