Jueves, 31 de diciembre de 2015 | Hoy
Por Andrés Valenzuela
El primer signo de que los pibes querían encarar en serio fue hace tres años. Juntaron todos sus fanzines y los pusieron en una caja monona. Era algo más que packaging; era armar un cuerpo de obra, presentarse como proyecto. Luego pasaron del fanzine al libro de historietas. Modesto, antológico, pero libro. Siguieron algunos títulos más, casi todos de integrantes del grupo. Y en 2015 explotaron. Este año, El Hotel de las Ideas publicó parva de libros, la mayoría de autores por fuera de ese colectivo. Muchos pueden incluirse con justicia en cualquier listado de lanzamientos del año. Un enorme recorrido para lo que empezó siendo un “fanzine de guionistas”.
Ahora, ¿son los únicos que publicaron muchos y buenos libros? No, claro que no. Afortunadamente, abundan las editoriales que apuestan por la historieta nacional con resultados piolas. Pero desde su juventud (rondan los 30 años) y desde su empuje, los “hoteleros” también destacaron en varias de las tendencias del sector. Por ejemplo, hicieron del crowfunding y la preventa mecanismos fundamentales para alimentar la ruedita de la imprenta. Entendieron como nadie el sistema, sus posibilidades y sus límites y lo aprovecharon para construir un catálogo de lujo. Vamos, ahí hay clásicos indispensables como el Sudor sudaca (foto) de José Muñoz y Carlos Sampayo. Y también ofrecen otros emergentes de esos que la están rompiendo, como Pedro Mancini y su Alien triste.
Su propuesta 2015 se completa con librazos como La sudestada de Juan Sáenz Valiente, que para mucha gente del palo fue el mejor libro del año, la transformación en libro de la revista Clítoris, Chuño de Fede di Pila o el Bubbles de Fernando Calvi. Todos trabajos de muy distintas tónicas, estilos y temas. Y ninguno reprochable en lo más mínimo desde lo artístico. Pese a la diversidad, forman un catálogo cohesivo.
Los muchachos están curtidos en materia de autogestión, sin dudas uno de los pilares de la historieta argentina de los últimos 10 años. Cuando uno revisa su camino, ve que surgieron como fanzine del taller de guión de Diego Agrimbau (él mismo un fanzinero devenido autor premiado internacionalmente), que se agruparon y trabajaron estableciendo lazos, aprendiendo además de la experiencia de otros sellos que los antecedieron. No vinieron a inventar el negocio hotelero, pero sí a proponer una de sus mejores habitaciones para leer.
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