GEOFF ROWLEY: PATINAR Y CONSTRUIR
Además de ícono del skate moderno, este inglés callejero y demente para encarar sus trucos es gurú de Flip Skateboards, diseñador, dueño de una marca de equipamiento para la vida salvaje y guía de caza en California.
› Por Facundo Enrique Soler
“Skate and Destroy” es una frase simple que logró resumir una actitud ante la vida. La revista Thrasher, fundada en 1981 por el argentino Fausto Vitello, inmortalizó en la mente, la piel y la pilcha de millones de skaters alrededor del mundo ese mensaje contundente: patiná y destruí. Geoff Rowley era un nene la primera vez que leyó esas tres palabras en su Liverpool natal, a mediados de los ‘80. Pero el impacto fue inminente: mientras los pibes le dedicaban dos o tres horas diarias a patear entre las fábricas y la nada, él podía llegar a clavar sesiones de hasta doce horas de corrido. Cuando el skateboarding traspasó ese punto clave en los ‘90, una tímida marca inglesa de tablas llamada Deathbox ofreció sponsorear a este niño con pinta de hooligan desgarbado y un estilo agresivo, rápido y técnico. Deathbox después pasó a llamarse Flip Skateboards, y de cara al nuevo milenio cambiaría el juego con Geoff a la cabeza de un team de ensueño con gigantes del street como Tom Penny y jóvenes promesas como David Gonzalez y Bastien Salabanzi, entre otros.
“Estamos patinando y destruyendo el concreto, ¿no?”, le plantea Geoff al NO cuando se le consulta cuándo fue la primera vez que leyó la frase “Skate and Destroy”. Y define: “Crecí bajo la influencia de Thrasher y ese lema es todo lo que me representa, es parte de un legado. Se trata de encontrar los objetivos y realizarlos, jamás lo vi como una actitud punk”. Actitud es lo primero que resalta de Rowley cuando se lo observa chantar. Sus memorables pasadas en videos históricos como el Flip Sorry o Propeller denotan una demencia a la hora de elegir spots que desafían la lógica y complementar con tricks que denotan técnica callejera pero por sobre todo velocidad.
El impulso que inyectó en la historia del skateboarding lo llevó a ganar en 2000 el premio Skater of the Year que entrega la Thrasher. Para entonces, Geoff era mundialmente reconocido por ser uno de los jugadores seleccionables del Tony Hawk’s Pro Skater, el videojuego que introdujo este deporte a la cultura masiva. En la bio del juego se lo presentaba como “la invasión inglesa de un hombre, de las calles de Liverpool al mundo entero”. ¿Qué hizo para ganar todos esos laureles? Formó parte de la primera camada de skaters callejeros que se imponían a obstáculos grandes. La brecha que abrió Rodney Mullen sacando el skate de las rampas, los skateparks y los circuitos cerrados para centrarlo en trucos callejeros explotó cuando tipos como Rowley, Jamie Thomas y Andrew Reynolds se pusieron en la mira spots peligrosos y gigantografías. Mil veces más extremo que los X Games y con límites desdibujados. “A la mierda, hay que hacerlo”, repite el pibe de Liverpool con sus dientes rotos antes de bajar un grind en una escalera de 20 escalones.
Esa forma rápida, dura y precisa debe haber bajado de su banda favorita, Motörhead. Geoff y Lemmy no solo coincidieron patria inglesa, también se encontraron varias veces en el Rainbow Bar & Grill de Los Angeles para charlar sobre la vida y hasta para hacer entrega de un modelo limitado de zapatillas Vans que lleva el nombre de Rowley y la inscripción en dorado de la banda. “Con Lemmy seguimos en contacto”, decía el skater sobre el músico, que al momento de la entrevista seguía vivo. “No puedo elegir un solo disco de ellos, me gustan todos los que sacaron por distintos motivos. Hammered es uno de los recientes que más escucho. Y Bad Magic, el último, me resulta increíble.”
-En este punto es muy jodido de determinar, hasta de imaginar. Las oportunidades y los momentos hermosos que me dio el skate son una bendición. Probablemente hubiera laburado con mi viejo o quizás me hubiera metido de lleno en el negocio de las actividades outdoor.
-Crecí con un amigo que andaba en skate desde el ‘72, él me disciplinó a través de la historia de los skaters que cambiaron todo, tipos como Jay Adams o Tony Alva. También me enseñó lo que es vivir en los bosques. Soy guía durante la temporada de caza en California, lo hago para mantenerme en forma y porque amo esa búsqueda que tiene el juego salvaje. Para todas esas cosas necesitás cuchillos y equipamiento especial. Cuando comencé a comprar cosas para salir a acampar y demás, me encontré con que el mercado era bastante limitado y estaba mal organizado. Decidí hacer mi propia marca y así nació Civilware, una extensión de esa pasión.
-Cuando empecé a andar me inspiraron tipos como Julien Stranger, Danny Way y otros locos que pateaban fuerte y rápido. Digamos que es parte de mi ADN. Pero mi agresividad está bajo control, la enfoco para que se refleje en mi tabla y no aparezca en ningún otro lugar.
-No volví, así es como lo solucioné. No fueron ni el spot ni el truco que quería bajar lo que me comían la cabeza. Simplemente no soy el tipo que va para atrás cuando no le sale algo. Entro, salgo y ¡boom! Ese es mi estilo cuando filmo, me gusta mantenerlo espontáneo.
Geoff y Lemmy se conocieron en Los Angeles, ciudad que ambos eligieron para vivir tras haber dejado el mismo hogar: el Reino Unido. Ambos conquistaron disciplinas que de lejos se ven distintas pero de cerca son idénticas, el skateboarding y el rock and roll. Lo hicieron de la misma manera: rápido, violento y sin frenar. Geoff mantuvo contacto con Lemmy casi hasta el final, vive a la vuelta de lo de su representante y cuando coincidían en el barrio, se encontraban para charlar como buenos paisanos ingleses. Al día siguiente de la partida del hombre que supo personificar al rock mejor que nadie, el hombre que sabe personificar al skate mejor que nadie subió una foto a su cuenta de Instagram con una carta abierta emocionante: “Las palabras no pueden describir la influencia que tuvo este tipo en mi vida y objetivamente en mi forma de andar en skate. Después de mi viejo, ninguna persona tuvo el mismo efecto en mí”.
El posteo venía acompañado de una imagen de Lemmy sonriendo, pucho en mano, camisa chicana abierta por la mitad y gorra militar del siglo pasado. La parte más intensa de la carta propone: “A partir de hoy es mi deber mantenerme erguido, ¡que se vayan al carajo los bastardos que viven para el pesimismo! Se trata de ser optimista y vivir la vida que profesas. Ando mucho en skate desde el día que agarré una tabla por primera vez. Aprovecho cada instante y trabajo para mantener a mi familia y que mis hijos estén orgullosos. Lemmy me hacía orgulloso, él fue un gran individuo y un verdadero caballero inglés. No de esos que todos odiamos, uno real”.
La carta cierra con una premisa que hermana las disciplinas que caracterizaron a ambos personajes: “El skateboarding y la música fueron forzados a entrar en la lavadora comercial, Lemmy se mantuvo firme para evitar eso. Fue en la música, los fans y el entretenimiento que dejaron una marca imborrable, y él lo supo. Gracias, mi amigo”.
Rowley lanzó su propia línea de ropa por medio de Vans el año pasado. Built Strong llegó con un video de cuatro minutos en YouTube en junio y aclaró un poco cómo funciona la cabeza de un skater profesional de casi 40 años, más palos de los que los huesos pueden soportar y el orgullo de haber cambiado la historia del deporte. “Caerme al concreto, reventarme la cara, decir que está todo bien y seguir. Esa es mi segunda naturaleza”, dice mientras repasa algunos de sus moretones. Pero sigue patinando. Se levanta, le da un beso a su mujer, prepara el desayuno para su nene y agarra la camioneta para ir a buscar un punto particular en el medio de la nada que lo obsesiona para clavar un grind. Se cae, se raspa y vuelve a intentarlo. Se cae, se vuelve a raspar y lo vuelve a intentar. “En donde crecí no tenés permitido quedarte en el piso, te van a cagar a patadas si te quedás ahí. Si te caes te tenés que levantar de inmediato y volver a intentarlo”, dice en off, con un acento británico lento y raspado. El boardslide en una baranda de unos tres metros de altura le sale y al volver a casa se mete en una pileta de hielo para sanar todas las heridas de un día más de trabajo y relajar los huesos que incontables veces besaron el pavimento. “Algún día voy a ser viejo, voy a dejar de patinar y voy a estar sentado en la entrada de casa fumando una pipa, tomando una birra y pensando en que fui afortunado de perseguir mis sueños. Ahí me moriré.”
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