Jueves, 14 de enero de 2016 | Hoy
Un bar matado de 1820 es la catedral de la potente bebida.
Por Lucas Kuperman
Barcelona es uno de los destinos predilectos para el turista, y no solo por el equipo de fútbol, el Camp Nou, Messi y compañía. La española es una ciudad con tradición: la belleza de sus calles y gente permite una estadía más que agradable. Desde la rambla y la Barceloneta hasta las maravillosas y megalomaníacas obras arquitectónicas de Gaudí (Park Güell, Casa Batlló o la Sagrada Familia), pasando por las hermosas fuentes y los jardines de Montjuic, hasta la idea de deambular por los bares de la Carrer de la Mercè en busca de la particular “leche de pantera” (una especial mezcla a base de leche con una o varias bebidas alcohólicas), son muchas las atracciones de la ciudad. Para los más curiosos, hurgando un poquito entre las callecitas del barrio El Raval aparece un lugar muy particular: el Bar Marsella.
Establecido en 1820, de afuera se ve un tanto creepy o, en porteño, bastante matado: venido a menos (como una fusión entre Hipopótamo y el Bar Británico, históricos de San Telmo), con paredes descascaradas, luces quemadas y un baño horrible, permanece en pie con una carta que posee, casi excluyentemente, un solo trago: absenta. Pedir otra cosa es casi una falta de respeto. Más allá del estilo vintage-dejado, el lugar es un ícono pop: un aguantadero de jóvenes con grandes historias en cada recoveco. Ahí mismo solían disfrutar unos tragos Dalí y Picasso, y hasta Hemingway elucubró algunas de las más inspiradas páginas de sus libros.
Al entrar, el perfume ácido, anisado y un tanto rancio del ajenjo penetra por todos los poros. Elegida la mesa, alguno de los chamanes de la bebida espirituosa como Marcel, un argelino reticente que después de un rato de charla ajenjera resulta súper buena onda, explica paso a paso cómo obtener el preciado néctar también conocido como “el Hada Verde”. Se necesitan algunos utensilios básicos para prepararlo: vaso, tenedor (o cuchara agujereada), terrón de azúcar, una botellita de agua con un agujero en la tapa y, obviamente, absenta. En el vaso con el líquido verde se coloca por encima el tenedor, y sobre él se reposa el azúcar. Se echa a chorritos el agua para deshacer el terrón. De a poco se va formando una especie de esfera verde en 3D que hace flashear, incluso antes de beberla. Eso es todo y solo queda disfrutar.
Pero pensándolo bien, ¿qué llama tanto la atención del lugar? Posiblemente el hecho de que la absenta es ilegal en gran cantidad de países, excepto en España y Suiza. En líneas generales, el licor del ajenjo está prohibido en Argentina. La Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (Anmat) argumenta que toda bebida alcohólica debe cumplir con exigencias de la normativa vigente, entre ellas, “no superar 54% de alcohol”. Si bien no está permitida su comercialización, el consumo y la tenencia no están penados.
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