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Jueves, 14 de enero de 2016

VERANO CALIENTE #4

PRINCIPE DE OSTENDE

Saint-Exupéry y el mito de la costa atlántica como musa.

 Por Juan Ignacio Provéndola

Desde Ostende

“Lo esencial es invisible a los ojos”, le dice el Zorro al Principito en la frase más recordada del libro. Tan invisible como la muerte de Antoine de Saint-Exupéry, su autor, quien desapareció mientras tripulaba un avión de combate francés en julio de 1944, durante la Segunda Guerra Mundial. Aviador de profesión y escritor por vocación, Saint-Exupéry despuntó este último talento en los papeles membretados del Hotel Ostende, donde vacacionó durante los veranos de 1930 y 1931. El lugar, edificado entre las dunas vírgenes de la costa atlántica en 1913, había atraído al francés tanto por su singularidad como por su imprevisibilidad: nunca se sabía si, para entrar o salir del hotel, se podría usar la puerta principal. Es que los fuertes vientos solían obstruir con arena los accesos principales y había que improvisar poniendo tablones a modo de pasarelas desde los ventanales del primer piso.

La habitación elegida por Saint-Exupéry en sus dos veraneos en el Hotel Ostende, la número 51, hoy está recreada tal como él la usaba. En esas vacaciones delineó Vuelo nocturno, novela protagonizada por un piloto francés que sobrevuela el cielo argentino. Aunque la influencia recibida por el paisaje medanoso pareció extenderse también a la más clásica de sus obras: un mito indica que El Principito tuvo inspiración en arenas bonaerenses.

Es cierto que el escritor había tenido una experiencia breve pero intensa en la parte libia de desierto del Sahara (donde estuvo varios días sin comida ni bebida tras un desperfecto en su avión), aunque esa historia ya la había canalizado en Tierra de hombres. Saint-Exupéry escribió El Principito (el más breve de los quince libros que publicó) en un breve exilio en Nueva York tras la ocupación nazi en Francia. Pocas cosas representan mejor la sordidez y la soledad del destierro como las inmensidades de aquel arenal inhóspito entre Pinamar y Gesell, donde solo se oían el silbido del viento y el bostezo del mar. El impacto que le habría causado su geografía es aún más evidente en varios de los dibujos con acuarela con los que ilustró ese clásico de la literatura más allá de edades y géneros.

El bueno de Antoine ya no está para saldar la duda. Aunque en el fondo, le daría lo mismo si su obra cumbre estuvo inspirado en Ostende o el Sahara. Pues, según lo dijo el propio Principito, lo hermoso del desierto no es su ubicación geográfica, sino que en cualquier parte puede esconder un pozo con agua. Y, como dicen los beduinos, históricos moradores de suelos arenosos: “Donde hay agua, hay vida”.

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