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Jueves, 28 de enero de 2016

UN PERFIL DEL TURISTA MILLENNIAL

Jóvenes sin fronteras

Con todos los procesos afincados en Internet (investigación, elección, contratación) y respeto por las valoraciones de otros usuarios de redes sociales, los viajantes de entre 15 y 35 años integran una generación bien ancha en
edad y gustos, pero afilada en su manera de emprender viajes.

 Por Juan Ignacio Provéndola

Si la juventud logró disociarse de la autoridad moral adulta para convertirse, a partir de los ‘60, en un sujeto con entidades e identidades propias, no fue sólo por revelarse –rebelarse– como un factor de agitación social y cultural. Al Mayo Francés, los movimientos pacifistas y el rock se les sumó otro elemento que dinamizó el proceso tanto o más: la apreciación del joven como sujeto de mercado. A la épica de época la contrapesó una ética capitalista en la que, para ser, había que tener. Esa dialéctica tuvo un vencedor: lo dice el Che Guevara... estampado en serie por la mano de obra barata del –tercer– mundo. ¿Qué es ser joven, hoy? Básicamente, una persona aturdida por muchos estímulos intensos. Entre ellos, los que ametralla una sociedad de consumo sostenida por estudios de mercado. La juventud es una categoría cuyo techo etario tiende a elevarse cada vez más. Y eso no se debe a otra cosa que a un dictamen de la publicidad: el mercado necesita ampliar la juventud porque es el sector económicamente más activo frente a sociedades cuyas pirámides poblaciones tienden a envejecer. Si la biología es un impedimento –nadie puede detener el paso del tiempo–, la edad se convierte entonces en estado de ánimo. Un número que no refleja lo que uno decide tomar por cierto. Otra vez la trampa del capitalismo: hacernos creer lo que no somos, para vendernos lo que no necesitamos.

A esta generación de jóvenes se la suele llamar Millennials. El nombre se lo pusieron William Strauss y Neil Howe, dos sociológicos estadounidenses que se dedicaron a estudiar todas las generaciones de jóvenes entre los siglos XVI y XXI. A la actual la comprenden los nacidos entre los ‘80 y ‘90 y pico largos, un amplio rango que abarca de estudiantes secundarios a muchachones de 35 años. Lo que los define es haberse criado a este lado de la grieta digital. Por eso su nombre: son los hijos del 2000, del nuevo milenio, familiarizados con la interactividad tecnológica, con manipular dispositivos electrónicos y con resolver situaciones de la vida cotidiana a través de medios virtuales. Una de ellas: las vacaciones.

El mercado lo demuestra con cifras: el 20 por ciento del turismo mundial actual es protagonizado exclusivamente por esta franja de jóvenes que define sus viajes únicamente a través de vías digitales. En números, son unos 190 millones de personas al año, cifra monstruosa que podría aumentar a 300 millones en cinco años (es decir, pasado mañana). Ir a una agencia de turismo es un arcaísmo que va camino a la extinción: en Estados Unidos, el primer operador mundial, sólo el 10 por ciento de viajeros lo hicieron a través de esa vía. Argentina también aporta cifras domésticas que refuerzas las tendencias globales: los millennials criollos representan el 38 por ciento de los alquileres de casas y cabañas por internet para vacaciones.

AlquilerArgentina.com, el sitio más utilizado, analizó su amplia base de datos para entreleer rasgos distintivos de los millennials en este verano. Es la primera vez que se tiene una estadística turística de relieve sobre esta generación en Argentina, que no es otra que la que dispone de dinero genuino para irse de vacaciones por su cuenta. El relevamiento arroja detalles muy interesantes sobre las conductas del joven-argentino-veraneante. Como destinos favoritos, por ejemplo, aparecen obviedades como Villa Gesell y Carlos Paz (el eje costa-serrano no es patrimonio exclusivo del teatro de revista), aunque el podio lo cierra un tapado: Colón, Entre Ríos, con su combo camping + playa sobre el Río Uruguay. Les siguen San Bernardo (la más recurrida de las 13 localidades del numeroso Partido de la Costa) y la jujeña Tilcara, que desplaza del Top 5 a la Patagonia como destino del turismo metropolitano que busca despojarse de su urbanidad con la mochila al hombro. Los viajes, normalmente, son en grupos de 4 a 8 personas que prefieren casas o departamentos, en lo posible cerca del mar, el río o el atractivo principal del lugar, para moverse caminando. El “amenity” por excelencia es la parrilla. E intentan optimizar gastos para que todo salga lo más barato posible: el sinceramiento de la economía en su acepción más sincera y económica.

Como los millennials componen una generación ancha, se observan detalles diferenciales entre distintos segmentos. Los que tienen entre 15 y 18 gasolean sus primeros viajes sin los padres. De los 19 a los 25, con más experiencia que plata, buscan recortar gastos con detalles: promociones, descuentos, las 12 cuotas y después vemos. Finalmente, de 26 en adelante se goza de otro poder adquisitivo y los viajes suelen ser más en pareja que con amigos (o con parejas de amigos de la pareja), por lo que el nivel de confort exigido es mayor.

Los millennials no temen ni dudan a la hora de pagar por internet, detalle que no hay que subestimar: mucha gente aún entra en pánico cuando un servicio online le pide su número de tarjeta de crédito y el código de seguridad. Son los que vienen de otra era geológica, aquella en la que todavía no existía el posnet y bastaban papel carbónico y un poco de temeridad para realizar una descomunal estafa con una tarjeta. No es el caso de los millennials: según una encuesta mundial realizada por una ONG yanqui, al elegir un producto los jóvenes consideran primero el precio e, inmediatamente después, la posibilidad de comprarlo online, incluso exigiendo que se pueda realizar por dispositivos móviles como celulares o tablets.

Según ese sondeo realizado por la rimbombante World Youth Student & Educational Travel Confederation –¡aguantá!–, la Generación Millennial (o Generación Y) es más exigente que la anterior (la X), en el sentido de que el 86 por ciento afirmó que dejaría de contratar lo que fuera debido a una mala experiencia como cliente, frente al 56 que contestó lo mismo del grupo etario mayor a los 35. Los de la Y tienen como hábito chequear webs de críticas y comentarios (sobre el destino y, fundamentalmente, sobre el servicio, como TripAdvisor y afines) y empezaron a imponer como método de comunicación ya no un teléfono, tampoco un celular, ni siquiera el mail, sino las redes sociales. De acuerdo a otra encuesta, el 94 por ciento de los milenarios argentos entra a Facebook al menos una vez por día. Incluso una mitad afirmó que era su primer sitio visitado después de levantarse, mientras que otra confesó que era el último que miraba antes de acostarse.

Más allá del verano, el mapa anual muestra otros destinos. El eje del Norte y el cordillerano lideran entre las preferencias up18. Fuera del país, aparecen Brasil, Perú y Ecuador entre los destinos más cercanos, a los que se les suma la tentación del primer viaje a Europa como síntoma de un mundo globalizado (para el millennial, el orden bipolar previo a la caída del Muro de Berlín es la Prehistoria). Las motivaciones son múltiples, aunque todas parecen responder a una misma sensibilidad en común. Al 55 por ciento le interesa interactuar con los residentes del lugar, el 46 quiere experimentar la vida cotidiana que el fragor turístico inhibe y el 43 desea aumentar su conocimiento. Es decir que, puntos más, puntos menos, la mitad de los viajantes subtreintipico tiene inquietudes culturales, intelectuales o existenciales que rompen con el preconcepto de las vacaciones como tiempo de descanso ocioso. La mente también es un músculo sano que necesita acción.

El paradigma del “viaje de placer” –otra construcción publicitaria– se termina de quebrar con un fenómeno que es exclusivo de los millennials: el work&travel. Desde ordenar botas en un centro de sky de Estados Unidos hasta levantar kiwis en Nueva Zelanda –¡quién no conoce a alguien que se fue de work&travel a Nueva Zelanda!–, cualquier empleo es bueno siempre que ofrezcan la paga necesaria para subsistir y, sobre todo, entreguen el tesoro más preciado: la visa de trabajo, escudo que inmuniza al extranjero del asedio xenófobo. Otra salida recurrida es la de las becas de estudio en universidades extranjeras, una operatoria que todas las facultades argentinas aplican a través de intercambios con destinos por lo general en Estados Unidos y Europa, aunque no necesariamente por ello respetables.

A esas tres alternativas se les está sumando una cuarta, que recién ahora empieza a ser considerada entre la masa de jóvenes viajeros argentinos. Es la de quienes deciden renunciar a su vida (lo cuál, generalmente, equivale a decir que renuncian a su trabajo) para despacharse con largos viajes de mochila por el mundo. Es la clase de gente envidiada por quienes no pueden o no se animan a hacerlo. Como el mito del “amigo que dejó todo y se puso una juguera en la playa”, aunque con validez científica: según un estudio realizado por la Universidad Abierta Interamericana entre 1200 jóvenes de todo el país, la mitad dura menos de un año en un mismo trabajo. Es decir: se van a la mierda. Que puede ser otro trabajo (mejor, peor, distinto) o un viaje resuelto en media hora a través de internet.

“Los jóvenes de esta generación priorizan los horarios flexibles, no se sienten fieles a la empresa en la cuál trabajan y quieren menos ataduras. Por eso no dudan en renunciar para tomarse un año sabático y hacer el viaje que siempre soñaron”, anticipó en 2009 otro estudio universitario, esta vez de la UADE, marcando las tendencias del segmento más mimado: el ABC1 y sus derivados (es decir, desde la clase media típica pa’rriba). La estabilidad laboral ya no es un valor. La estabilidad, a secas, no lo es: ya no existen los matrimonios indelebles ni los ídolos eternos ni las verdades irrefutables. Todo se vuelve líquido y escurridizo. Difuso e impreciso. Sólo quedan vigentes las fronteras, aunque no sabemos hasta cuándo. Y en un mundo tenso y caliente, la única forma de perforarlas es viajando.

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