Jueves, 28 de enero de 2016 | Hoy
VERANO CALIENTE #6
Por Juan Ignacio Provéndola
Llegar al pueblo no es fácil: sea por el este o el oeste hay que atravesar largos kilómetros de ripio flojo a la vera del lago que le da nombre. Parejitas y grupos de amigos se encolumnan en procesión por la ruta 65 con pesadas mochilas, mantas, ollas y todo tipo de petates. Varios camiones trepan dificultosamente las cuestas pronunciadas de los accesos y dejan a su paso pedos de polvo seco que entran como cal viva en los pulmones de quienes hacen dedo. No es el final del viaje. Al contrario: ahí comienza todo.
Como buen pueblo, le faltan cosas que en la ciudad abundan. Entonces, casi con naturalidad, uno busca procurarse lo que no tiene. Lo que no lleva consigo. Lo indispensable para unas buenas vacaciones. Eso que nunca puede faltar. Aflora una pregunta urgente pero disimulada: “¿Sabés dónde puedo encontrar?”, se le consulta al primer parroquiano que se considera digno de confianza. “Acá es difícil. Pero andate a la zona del muelle. Ahí suelen ir los pibes que necesitan”, revela la recepcionista del hotel, señalando con el dedo un lugar más allá de todo.
La caminata se desanda al ritmo de los latidos. “Tuctuc-tuctuc”, sincopa el corazón con ansiedad. La adrenalina de lo oculto, lo difícil, lo que todos buscan pero pocos tienen galopa el rumbo mientras el lago que domina al pueblo se tornasola entre azules lunares y verdes rubí. De fondo, el bosque patagónico se pierde entre montañas con picos desnudos de nieve, filigranados por el viento de los tiempos. Todo se vuelve poesía cuando uno está cerca de obtener lo que desea. Sobre todo si el deseo es prohibido, indecible, indescifrable.
A lo lejos se distingue un amarradero paralelo a la costa y a las montañas que la enfrentan. Algunas lanchitas atadas a un muellecito de madera crujen cuando el oleaje cansino del anochecer las hamaca. Marineros tiran sogas a unos postes o hunden anclas en el agua con desgano de rutina. Y grupitos de pibes se desparraman como si estuvieran ahí de casualidad. Pero nadie está ahí porque sí. Todos están buscando lo mismo. Aunque las caras no son alentadoras. Fastidioso, un muchacho le cuenta a otro: “Me dijeron que el muelle era el único lugar donde podía conseguir, porque en el pueblo no tienen. Acá está el único punto de abastecimiento de todo el lugar. Pero la calidad es pésima. No puedo subir nada con esto. No puedo conectar. ¡Nunca en mi vida me conecté a un WiFi tan espantoso!”.
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