Jue 28.08.2003
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PARA ENTENDER QUE ES ELECTROCLASH

Pasado de moda

Nada de raves, ecstasy, goce colectivo y house. Robótica y narcisista, la corriente musical que reivindica las palabras “tecno” y “new wave” desembarca en formato de festival, este fin de semana en Buenos Aires. ¿Es solo retro ‘80? “Demasiado salvaje y veloz para serlo”, dice Larry Tee, uno de sus profetas.

› Por Pablo Plotkin

Lujo. Exceso. Extravagancia. Las tres palabras que titulan el compilado Badd Inc., recortadas en una tapa muy Nevermind the Bollocks, fijan las coordenadas del electroclash. Narcisista, codicioso, sucio y lascivo. Una música que niega los principios básicos de la cultura rave (disolución y ofrenda del ego a la comunión de bailarines, economía de palabras y abundancia química) y regurgita los restos de la historia del pop de propaganda. El electroclash es una marca, uno de esos momentos en que el lenguaje se convierte en reactor generacional. Fetichista y despectivo, decadente y vital, parte de la idea de que la única manera de ser auténtico es exaltando el artificio. Si el house pretendía aplanar las diferencias individuales en busca de un estado de éxtasis colectivo, el electroclash repone en escena el culto a la personalidad y el derecho a ser indignante. Congenia robótica y pornografía, nihilismo (punk) y conciencia de futuro (tecno).
El Malcolm McLaren de esta historia, el tal Larry Tee (DJ de Nueva York, fundador del Electroclash Music Festival, productor del trío femenino W.I.T. y ex propietario de Berliniamsburg, el club que dio cobijo a la escena (ver recuadro), está en Buenos Aires promoviendo la extensión territorial de este invento que se disputa con DJ Hell. Las dos bases antagónicas de la escena (el sello neoyorquino Mogul Electro, de Tee, y el alemán International Deejay Gigolos, de Hell) le dieron cauce a esa corriente arrítmica que conforman Felix da Housecat, Peaches, Fischerspooner, Miss Kittin, A.R.E. Weapons, Le Tigre, Adult, W.I.T, Chicks on Speed, Tiga... Todos cultores de ese híbrido de sintetizadores y voces hastiadas, palmas electrónicas y omnipotencia sexual; música para modelos, curadores de arte, punkies liberales y ravers con gestos de autodeterminación y cambio. “Son esos chicos astutos que no responden a los patrones de la cultura tecno y que piensan que la escena alternativa es aburrida”, dice Larry en un departamento de la zona del Botánico, con la verborragia supersónica y precisa de un propagandista. A pocos días del primer festival “electroclash” de Buenos Aires (este sábado en Niceto), Tee anuncia la llegada de una época en que la gente vuelve a “querer coger en la pista”. “Después de diez años, la cultura rave se puso un poco vieja. La ketamina ya no sirve. Estamos en el 2003: ¿quién quiere seguir ‘flotando’ en la disco? No estamos en Ibiza. El mundo cambió.”
Dos años atrás, Tee salió a las calles de Nueva York a pegar afiches que promovían “el primer festival electroclash de la historia”. A los pocos días, un anónimo intervino los carteles con calcomanías que rezaban: “El ‘electroclash’ podría ser el próximo grunge. ¡No dejes que las palabras resonantes y el marketing exploten la música que amás! Apoyá a los artistas, no a promotores codiciosos” (Tee luego se contactó con el autor de las calcos, le propuso trabajar con él y hoy es uno de sus colaboradores). Mientras tanto, Hell lo acusaba de haberle robado la idea y lo señalaba como “un tipo peligroso, muy peligroso”. “Yo estaba en la primera etapa de rehabilitación –soy un drogadicto rehabilitado, llevo cinco años limpio– y Hell andaba por todos lados diciendo (pone voz de zombie con acento alemán): ‘Larry, lo tuyo es un buen show drogón, pero esta música es importante... Es mi gente, mi festival, mi poder’. Y yo pensaba: ‘Dios, este tipo es un pelotudo...’. Cuando el festival triunfó, no usé el éxito en su contra, porque no es mi estilo. Pero él seguía hablando mal de mí en las entrevistas. Qué sé yo, es gracioso. Está loco.” Con la marca instalada, Tee planea el rebautismo del festival: “Se va a llamar The Outside of Music Festival”, adelanta.
–¿Te aburriste de la palabra “electroclash”?
–No, pero ya representa algo mucho más grande que el festival. La verdad, creo que es uno de los desarrollos culturales más interesantes del nuevo milenio, una electrónica con incidencia política. Hay gente quemalinterpreta a estos artistas, que dice: “Mirá a esta Miss Kittin, canta sobre celebridades, fama, cocaína y todo eso...”. Esa gente no entiende que cambió la forma de abordar ciertos asuntos políticos. Los chicos están apropiándose de elementos de poder y se están divirtiendo con ellos. Chicks on Speed, por ejemplo, es una banda política: el hecho de que aparezca una voz femenina tan fuerte, que no sólo recita slogans sino que dice lo que le da la gana, hace que muchos chicos tecno la odien. Mujeres fuertes como Peaches y Adult están diciendo algo más que “love me, love me...”. No importa si sos gay o hétero. El electroclash mezcla a gente que no necesariamente quiere mezclarse. Por eso tiene un gran valor político.
–¿Cómo explicás la exaltación
del artificio de esta música?
–La nueva generación no quiere predicadores. Los chicos se quieren disfrazar, quieren verse fabulosos después de años del look aburrido del hip hop y la rave... No quieren usar esa ropa en la que sus hermanos mayores se ven tan estúpidos. Quieren deconstruir la moda new wave, convertirla en algo nuevo. Y musicalmente está bueno pensar en el contexto: Estados Unidos quiere conquistar el mundo; después del 11 de septiembre, vivir en una gran ciudad se convirtió en algo aterrador. Ya no está el ánimo para escuchar un tribal house de doce minutos, la gente ya no compra el verso del éxtasis. Hay una obligación de volver a pensar, cosa que no ocurría en el ‘98, cuando Bill Clinton era el presidente del mundo libre.
–¿Creés que Bush tiene
algo que ver con el
electroclash, entonces?
–No es casual que este movimiento surja de Estados Unidos, cuando la nueva electrónica suele venir de Europa. Peaches, Felix da Housecat, W.I.T. y Fischerspooner tuvieron mucho más éxito en Estados Unidos que en Europa, lo cual es muy raro. Estados Unidos necesitaba una buena patada en el culo. Es un país sin oposición. La onda es “ah, sí, Bush... Bueno, no podemos hacer nada al respecto... Igual no lo votamos”. Estos personajes de quiebre son importantes. Tiene que ver con el lenguaje, también. En general, a los europeos les gusta el sonido agresivo, y a los estadounidenses les gustan artistas con los que puedan identificarse, mujeres diciendo las cosas que siempre quisieron decir: “Chupame las tetas... ¡Prestame atención a mí si querés un cambio!”
–¿Pensás que había una
necesidad de “textos fuertes”?
–Sí. Ya no van más los slogans tipo “higher, take me higher...” o “be afraid of the dark”. No había drama en toda esa cultura. Personalmente, me gusta la música que tiene una voz. En los ‘80 me gustaba la música que decía algo sobre mi vida: los Smiths, Depeche Mode, New Order o hasta los más freaks, como Siouxsie & The Banshees. Aquellos que apelaban a mis sensaciones, por más raro que se vistieran. Yo sabía que era show business pero... ¡quiero show si voy a poner plata!
–¿El electroclash es retro de los ‘80?
–No. Yo soy DJ, me fijo en los tempos y digo: Fischerspooner es demasiado veloz para ser ‘80; Peaches es demasiado salvaje para ser ‘80. Ninguna mujer dijo antes una cosa así. Nunca. Ladytron suena bastante ‘80, pero cuando las veo me acuerdo de los comienzos de la new wave, cuando la gente decía que B-52’s era demasiado ‘60. No estaban viendo el contexto. Lo mismo pasó con la música house. La gente decía: “Es disco”. Como DJ, yo sabía que el house no era disco en absoluto: era todo un compendio de nuevas estéticas. Veo algo de eso en los que encasillan al electroclash en el revival de los ‘80. Sí, está influido por los ‘80, cosas como Cars y Human League, pero esas bandas viejas suenan mucho más frescas que la máquina del pop sueco y buena parte del rap industrial.
–Hay también una
revalorización del ego...
–Hablamos de personalidad, reconocer a las personas a lo lejos. Ves a Peaches caminando a tres cuadras y decís: “¡Dios mío! ¿Esa es Peaches?”. El pop manufacturado había terminado con eso. “¿Se nos fueron dosDestiny’s Child? No importa, conseguimos dos más.” Auguro una gran ola de imitaciones, clones de Peaches brotando en todas partes, queriendo sumarse al mercado. ¿Y yo? Quién sabe, tal vez produzca a un par de ellos. n

El “Festival Electroclash” será este sábado, a partir de las 2 AM, en Niceto (Niceto Vega y Humboldt). Actuarán Larry Tee, Capri, Cecilia Amenábar y –en el chill out– Eléctrico, Pornois y My Melodies. Las entradas cuestan 15 pesos o 12 en lista de descuento (www.nicetoclub.com).


 

EL BOLICHE DE LARRY

Alta tensión

Andá a Berliniamsburg, el epicentro de la escena “electroclash” neoyorquina inspirada en los ‘80, y vas a tener una sensación peculiar: no es exactamente un viaje a través del tiempo; es más como si te detuvieras en un universo paralelo, un escenario histórico alternativo donde las raves nunca ocurrieron. El público recicla y recombina elementos de la new wave de los ‘80 y de la moda new romantic: cortes de pelo asimétricos, gorgueras, corbatas finitas anudadas sobre remeras sin cuello, cinturones punkies, capuchitas. Pero nadie luce como si estuviera en 1981: en realidad se ven mucho más filosos y, en general, mucho menos tontos. Lo mismo se aplica a la música: pese a los sintetizadores analógicos y los estribillos monótonos, pese a las voces robóticas vocoderizadas y las líneas de bajo onda “Blue Monday”, la banda de sonido no es retro ni revival. La programación de ritmo y la producción incluyen texturas que documentan los avances técnicos de los últimos quince años de música bailable digitalizada, lecciones que no pueden ser ignoradas. Este escenario histórico alternativo plantea la pregunta: “¿Qué pasaría si nunca se hubiera inventado el Ecstasy?”. Aburrida de toda la gama de ofertas post-rave –del house de filtro al trance y al progressive estilo Sasha & Digweed–, una nueva generación de chicos bolicheros rechazó la “facilidad de realización” que ofrece la música house de elevarse y flotar. Básicamente, echaron al E de la casa y volvieron al tiempo de los fríos y afectados sonidos neuro-europeos que inspiraron originalmente a los muchachos de Chicago y Detroit. Sin haber presenciado el movimiento rave en su primera forma, explosivo y anárquico, habiendo conocido la cultura E como un fixture (seguro, predecible, levemente plebeyo), estos chicos nü-wave rechazan la noción misma del trance, por narcótico, calmante, nulo. En cambio están pidiendo algún tipo de filo: un nivel diferente de tensión. En un contexto de una cultura dance exhausta, la nü-wave es refrescante, irreverente, una razón para volver a salir.
SIMON REYNOLDS


 

UNA PEQUEÑA GUIA

La gran estafa

He aquí una pequeña guía para principiantes sobre cómo ser “Electroclash”, la tendencia de moda del año. Sólo tenés que seguir estos sencillos pasos rumbo al estrellato. ¡No podés fallar!
- Comprá, pedí o robá viejos discos de Kraftwerk, Visage, New Order, Human League y Gary Numan. Cierto conocimiento de la Italodisco de principios de los ‘80 y Giorgio Moroder no te van a venir mal, tampoco.
- Comprá, pedí o robá un sampler/teclado barato y afanale todo lo que puedas a los artistas antes mencionados. Agregale algunas líneas de bajo de una octava y beats onda disco.
- Comprá, pedí o robá un vocoder para poder meter voces robóticas a la moda. Además, el accesorio ayuda si no sabés cantar una nota (acordate: eso no frenó a Bernard Sumner, de New Order, para mandarse a croonear un poco. Ni tampoco le impidió a Madonna ser tu superestrella favorita).
- Para ganarte unos puntos de culto, comprá, pedí o robá una vieja computadora Commodore 64, para hacer algunos ruiditos. Al menos te garantizará status de culto entre los nerds, por si andás corto de groupies.
- Mirá muchas veces la película de culto Liquid Sky (1982) hasta que te la sepas de memoria. Después comprate una corbara finita, un tarro de spray capilar y algo de tintura, además de maquillaje fluorescente para salir. Tratá de parecerte lo máximo posible a los personajes del film.
- Ahora, la parte más difícil: tenés que tratar de escribir algunas letras para tus sencillos temas de dos notas. Para facilitar la tarea, acá tenés una breve lista de palabras resonantes para tener siempre a mano: cocaína, glamour, brillantina, jetset, sexo, lápiz labial, anteojos de sol, champagne, vida nocturna, disco, 1982, invasores del espacio, Pac-Man, trash, romántico, Euro, electronique, lifestyle, robots, computadora, auto, plaza, bailarín, moda, estilo, humano, revista, TV, seducción, plástico, pasión, androide, cuero, suicidio, porno, teléfono, neón, futurista, robots, robots y robots.
- Comprá, pedí prestados o robá algunos diccionarios de francés y alemán y levantá algunas frases que suenen sexy/autoritarias para hacer tus letras más creíbles.
- Ahora anunciá en público que sos gay o al menos bisexual, y que la chupás bien (acordate: eso hizo maravillas con Bowie en los ‘70).
- Intentá conseguirte un contrato con International Deejay Gigolos.
- Si no podés conseguir ningún instrumento musical y no sabés tocar ni cantar, no te preocupes. Sólo ocupate de conseguir los accesorios de moda antes mencionados, y después asociate con algún productor de moda (una buena mamada no le hace mal a nadie).
- Cuando estés revolcándote por el escenario como el pelotudo que sos, hablale a todos los periodistas de tu alto “concepto” que combina música, moda, baile y arte de performance.
- Una fecha ocasional como DJ te aportará credibilidad. No te preocupes si en verdad no sabés mezclar discos. Conseguite algo hecho en La Haya y Detroit, más algo de new wave chota para ganarte risas baratas, Italodisco y pop de los ‘80 que encuentres en las mesas de oferta, y fingí ser “irónico” cuando los idiotas borrachos y fumados empiecen a aplaudir y a hacer hurras. Ese truco siempre funciona.
- Cuando los periodistas de revistas de moda te llamen “electroclash”, negalo furiosamente y deciles que vos estabas en esto hace años, mucho antes de que se pusiera de moda.

Este texto anónimo aparece en el sitio ácido “The Great Electroclash Swindle” (www.phinnweb.com/313ctr0/electroclash/index2.html). Basándose en la metodología McLaren de “La gran estafa del rock’n’roll” —el docudrama de Julien Temple que funciona como absurdo manual de autoyuda paraaspirantes a estrellas punk—, la pieza parodia con mucha certeza los anhelos estéticos y sociales del electroclash.


 

UNA CIERTA ESCENA ARGENTINA

De rebote

¿Existe el electroclash argentino? No. ¿Existen artistas argentinos influidos por el electro, la new wave y el tecno, que hacen música electrónica con resonancias ‘80 y usan lentes de sol en la discoteca? Sí. Pero para hablar de escena debería haber –además de una cantidad considerable de artistas– un público plegado a los patrones estéticos del género (y, al menos, un sello y un local especializados). El referente más notorio es Capri, quien además de coincidir en una serie de componentes musicales –sintetizadores chirriantes, vocoder, escasez tonal–, describe en sus canciones escenarios de sexualidad, histeria y decadencia. Sin ser “hombre de Hell” (Gigolo editó su Deformator Plus, pero también hizo buenas migas con Larry Tee, el oponente transatlántico del alemán), Capri concitó cierta atención del primer mundillo de la música, pero permanece inédito aquí, excepto por un par de temas en compilados. Mientras la primera ola electroclash se caracterizaba por su sonido blanco, frío y germanófilo, Capri echaba mano al funk y lo más negro de la música disco.
Apadrinada por Hell, Romina Cohn autodiseñó imagen y sonido con las dosis de erotismo, artificio y “actitud rock” que caracterizan a esa escena. Cuando Frágil editó el simple “Angel” en el 2001 (tapa fucsia, un color muy electroclash), el sello (hoy cerrado) proponía cierta tendencia a esta nueva new wave: Divina Gloria ensayaba su retro-trash blando, romántico y digital (“Lo divino y lo dorado”) y Andy Love (alter ego electrónico de Leo García) incluía palmas sintéticas al estilo New Order y una larga teatralización de orgasmo. Luego de ver en vivo al inglés Les Rhythmes Digitales, Rudy Martínez se ponía más electro y grababa Exito, disco de Audioperú que, si tuviera textos, sería electroclash. Los lentes de sol en la contratapa, títulos como “Hay vida después de la disco” y “Skingay” aludían –acaso sin pretenderlo– a esa cultura minoritaria que bullía en ciertas esquinas del primer mundo.


 

JULIAN AZNAR, POP BEAST

Sintético

Hasta hace un año, la música de Julián Aznar no salía de esta pequeña habitación de Belgrano. Entonces leyó una entrevista a Capri en la que advirtió ciertas coincidencias artísticas y tecnológicas (el vocoder, la influencia del pop y el funk de los ‘80 y de Kraftwerk) y se enteró del proyecto editor del autor de “Pantera”: Malevo Records (aún inactivo). Julián tenía grabada una obra de pop sintético conceptual titulada Narcisious Voice (¡80 temas!), que narra en tono de farsa la historia de un músico alemán fracasado. Es, quizás, la primera comedia electroclash de la historia. “Todo lo que hago tiene mucho humor. Todo empezó como un chiste”, cuenta este tipo varado en las consolas virtuales más precarias y programas de sonido como el Sound Forge. Como corresponde, Aznar dice que hacía electroclash sin saberlo, y que empezó a conocer música nueva a partir de la colaboración mutua con Capri. “Ahora no sé cómo definir lo que hago. Creo que ya está pasado de moda.”
Aún inédito (excepto por un remix de “Pantera” incluido en Deformator Plus Plus), Aznar es también el hombre detrás de Patrick King, un interventor sonoro con pasamontañas que firma covers sintéticos de los Redonditos de Ricota: entre ellos “The Pop Beast”, versión de “La bestia pop” adoptada como cartucho por Javier Zucker. “Cuando empecé con eso estaba muy de moda ABBA Teens, y mi idea fue hacer temas de los Redondos con ese tipo de sonido”, cuenta. “Los hacía de memoria, porque nunca tuve un disco de los Redondos en mi casa.” A mediados de los ‘90, Aznar ilustraba portadas para la revista Comiqueando y era una especie de dibujante estrella de su generación, pero se decepcionó con una serie de trabajos publicitarios. Se dedicó a escribir (terminó una de las diez novelas que empezó, White Brains, narrada en un contexto de tribus porteñas), aprendió a tocar el bajo, se familiarizó con la grabadora de sonido de Windows y desde entonces hace música poniéndose en la piel de otros: Gary Numan, Kraftwerk, Giorgio Moroder, T.Rex, Daft Punk... Todos ejercicios de transmutación y de abuso deliberado del cliché.

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