› Por Santiago Rial Ungaro
La tarea de ablandar el ladrillo (Nuestro Crimen, autoeditado). Para su tercer disco, este quinteto decidió no ser otro ladrillo más en la pared de pantallas de cada día: con el aporte referencial de Palo Pandolfo y de Francisco Bochatón más la huella cortazariana del título, la banda suena poética, catártica y cancionera en este disco original desde su mismo packaging, que incluye además del CD un atractivo pendrive en el que la música suena a 24bits y 96K, una calidad de audio superior a la estándar para compactos (16bits y 44k). Producido artísticamente, grabado, mezclado y masterizado por Eduardo Bergallo y con la participación de Ernesto Romeo en sintetizadores en casi todo el disco, Nuestro Crimen ablanda los ladrillos disfrutando de un derrumbe emocional liberador y necesario.
Suite No. 1 Pugilístico y elocuente (Alí, autoeditado). “Mantengan sus oídos y sus espíritus abiertos, y con swing, ¡siempre con swing!”, anuncia una voz en la intro funkadélica de este debut. La deuda con el sonido de George Clinton (blanqueada en un voluptuoso cover de Dr. Funkestein) no les impide salir de la mera mímesis: el cantante Lázaro Kaplan se pone en el centro del ring de este octeto de soldados funk que, en base a referencias boxísticas y a una simpática erudición sobre el funk parlamentario del gran Clinton logra una contundencia rítmica que deja con las ganas de ir a sus shows. Partiendo de la premisa existencial de que el que no se divierte, se aburre, resultan irresistiblemente bailables, efervescentes y estimulantes; y suenan cancheros, charlatanes y, como buenos challengers, ambiciosos.
Los Acetones (Los Acetones, Scatter Records). Cuando parecía que el rock garagero instrumental no tenía nada nuevo para ofrecer aparece este trío de Quilmes en busca del frenesí rítmico perdido. Arrancaron hace cinco años, zapando, buscando quizás abstraerse de ese apocalíptico paisaje industrial. Con desparpajo rockero y transpirada telepatía, van del surf (hacen Sleep Walk de Santo & Johhny) al rockabilly (Dados mágicos) y el rhythm and blues (Night Train de Jimmy Forest), transmitiendo su amor por el rock bailable de antaño. Con estética de cine bizarro como imaginario y rock de los ‘50 como canon trillado pero eficaz, estos acetones quizá no sean venenosos, pero su fórmula mantiene el poder disolvente y tóxico, con la versión de Rebel Rouser, clásico de Duane Eddy, como elocuente carta de presentación.
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