Jueves, 31 de marzo de 2016 | Hoy
AGUAS(RE)FUERTES
México y los 43 desaparecidos, 430 días después.
Por Brian Majlin
-Cuando se cumplió un año de Ayotzinapa marcharon...
-Sí, pero fue un chispazo.
-¿Y cuando el multihomicidio en Colonia Narvarte, plena Ciudad de México?
-Una marchita de diez mil.
-¿Y por el asesinato del bebé de Pinotepa Nacional, que comparaban con el sirio Aylan Kurdi?
-Indignación en redes sociales.
Así describen los ánimos mexicanos Jordy y Lilian, dos compadres de ese país, mientras lamentan la fugacidad de la rabia, que podría extrapolarse a cualquier punto del mapamundi.
México ha sido, en los últimos años, un faro iridiscente que oscila entre alumbrar y encandilar. A cada golpe respondía un grito. La resistencia, alejada de las memorias rurales de Pancho Villa o Emiliano Zapata, del subcomandante Marcos y las Juntas de Buen Gobierno de Chiapas, se urbanizó: cientos de miles, millones incluso, podían marchar contra la corrupción, el narcotráfico y, luego, cuando la desaparición de los 43 de Ayotzinapa, en el Estado de Guerrero, contra el horror.
Pero eso fue hasta hace unos años. Ahora, todo luce sosegado: ha vuelto la contingencia climática y la Ciudad de México, otra vez teñida con su cielo ceniza, parece recobrar el aspecto lúgubre que hace juego con el plantón –mitad huelga, mitad campamento– que los familiares de las víctimas tienen desde hace más de 430 días en pleno Paseo de la Reforma, centro neurálgico financiero, frente a la sede de la Procuraduría General.
Los carteles son elocuentes. Fotografías o caricaturas de sus hijos, denuncias contra el Estado e imágenes de otros desaparecidos cuelgan entre tiendas precarias, sogas con ropa al sol, parlantes, sillas de plástico y ollas con café. Un monstruo de más de dos metros hecho de cartón, hilos y papel permanece sentado sobre un cantero. Ojos inyectados, pies enormes y dedos afilados. Algunos dicen que es el Diablo. Otros dicen que es el Estado. Otros dicen que es lo mismo.
Acampan allí los familiares y quienes los apoyan. Vieron pasar la visita del Papa Francisco, que no dijo nada sobre ellos ni sus hijos, que no los recibió ni pidió por su causa. Para algunos es una sorpresa. Para otros, una obviedad. De los 43 desaparecidos no se sabe nada. La versión oficial indicaba que los incineraron en un basurero, pero solo dos fueron identificados a partir de restos óseos. Del resto, nada. México está en una meseta. Hay acampantes, huelguistas, monumentos –un +43 de hierro forjado y pintado de rojo está a diez cuadras del plantón, también sobre el Paseo de la Reforma– y hay, por ahora, una paradójica tensa calma.
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