Jueves, 7 de abril de 2016 | Hoy
MARIANO LUDUEñA, CABEZA DE RATóN
Por Juan Ignacio Provéndola
No se cree un tipo especial. Al contrario: vive hablando con su terapeuta del temor que le infunde sentirse “una persona normal que trabaja de lunes a viernes en algo que no le gusta para pagar el auto y la casa, cena carne con papas a las 21 y coge una vez a la semana con su mujer”. Sin embargo, algo evita que se hunda en el ostracismo de lo cotidiano: escribe cuentos. “A veces creo que soy un mentiroso profesional que evolucionó y llegó al paraíso del mentiroso: la ficción, la no-verdad”, dice.
Después de relanzar De lo que vi, recuerdo la mitad, su debut, la editorial Piloto de Tormenta (que sacó dos libros de cuentos de Flavio Cianciarulo y bios de Violadores y Cadillacs por Esteban Cavanna) insistió para que diera rienda a la segunda parte ausente que insinuaba el título. Así apareció el flamante La mitad que no recuerdo, donde Mariano Ludueña vuelve a insuflar vida a una fauna del inframundo urbano, en locaciones desdeñadas y circunstancias por lo general desfavorables. Una literatura maldita pero cercana. Aquella que revela la mirada más cierta: la cínica. El hombre nunca es menos miserable que cuando ríe de sí.
La geografía de sus relatos remite a su propio campo de operaciones: si bien valora las influencias de Soriano, Fontanarrosa, Quiroga, Borges, Bioy, Schweblin y Enriquez, cree que el oficio de su pluma se fue labrando “en la ruta, la calle, las salas de ensayo y los baños”. En conversaciones de madrugada con engendros taquicárdicos y autorreferenciales, comprendió lo indispensable de una narrativa capaz de “conmover, atrapar y hacer pensar”.
Además de los cuentos, Ludueña se anima en su segundo libro a la poesía, la crónica, el ensayo y hasta “manifiestos rockeros contra los viejos bolicheros que se creen que son alguien por decidir quién toca y quién no”. Su vínculo con el rock trasciende la literatura: siempre se movió por el under criollo cantando en bandas punk. El grupo Buenísimo es su último intento por vivir la epopeya del rockstar: “Siempre fui cabeza de ratón, nunca cola de león. Siempre lideré mis proyectos y nunca estuve al servicio de nadie que no fuera yo o mis compañeros. Soy independiente, autogestivo y no espero nada de nadie. Ya no me frustro ni me enojo. Acepto y disfruto el lugar que ocupo en la cadena alimenticia musical”, define.
“Tocar en una banda de rock es lo más divertido e insoportable. Es hermoso, pero corroe los dientes. A veces es miserable, pero la adrenalina que da el escenario no se vende en farmacias ni callejones. Podés jugar a que sos rockero y dejás de ser un puto empleado”, explica Ludueña, que hace 20 años trabaja en Radio Nacional: fue asistente de producción, movilero y musicalizador, y hoy hace una columna de policiales y narcotráfico en el Informativo.
Dice que escribe como vive: “Rápido, visceral, sin anestesia”. Y que trata de prescindir de sentimientos negativos. “No son buenos combustibles, le hacen mal a la cabeza. La tormenta quita claridad y son épocas en que hay que tener la mente clara.”
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