COSQUíN ROCK XV, EL ROCKUMENTAL
Relato coral, caótico y hermoso, la película en cartelera es un registro exhaustivo sobre un evento épico y fundamental del rock local.
Para escribir la Historia no basta con ganar. Además, claro, hay que escribir. ¿Qué hubiese sido de Colón y los tripulantes de las carabelas sin los libros inspirados en ellos? Una anécdota de borrachos marineros perdida en el olvido. En Argentina, donde la cultura rock viene tallando relatos épicos desde hace medio siglo, el Cosquín Rock se inscribe como escala fundamental de una mitología que se construyó no sólo a base de recuerdos, sino también de registros. Un libro y un documental fueron lanzados en su décimo aniversario, aunque el festival avanzó y ameritó nuevos repasos. Así aparece el flamante Cosquín Rock XV, el rockumental, por lejos la apuesta más ambiciosa y exhaustiva sobre un fenómeno obligatorio para comprender de qué hablamos cuando hablamos de rock en Argentina.
La película, que dura algo más de 90 minutos, fue estrenada en el Bafici y ahora llegó a los cines comerciales. Para que eso sucediese, Francisco Mostaza, su director, tuvo que poner varios años en resumir más de 500 horas de video dedicadas al festival desde su origen en 2001. Frasco, como lo conocen sus amigos, no sólo rodó imágenes por su cuenta, también compró material ajeno para lograr un archivo que incluye shows en vivo, entrevistas y lo más atractivo de todo el trabajo: reliquias intracamarines de músicos y organizadores.
Aunque se trata esencialmente de una película de rock, destaca más por su verba que por su música. “Emoción y precariedad”, dice un fastidiado Gustavo Cordera cuando le piden resumir en dos palabras el Cosquín Rock 2004, tiempos en que el festival buscaba su identidad en base a pruebas y errores. “Nos propusimos no perder plata y al final terminé teniendo guita por primera vez en mi vida”, dice el Perro Emaides, coproductor de las primeras ediciones.
Desde esas épocas aparece Ciro Pertusi, entonces en Attaque 77, para decir que “Cosquín es trasgresor porque viene a unir gente que hace años busca motivos para dividirse”. Algo similar declaró Ricardo Iorio en la resonada conferencia del último festival. Tal vez el mérito principal del Cosquín Rock radique en que aportó como nadie a diluir rencillas tan tontamente instaladas en el auditorio rockero criollo. La película lo explica con dos momentos incontratables: la convergencia de gente de todo el país y los encuentros entre músicos diversos. Algo que sólo parece posible entre medio de las sierras cordobesas, lejos de las histerias urbanas.
Por supuesto, el volumen del rockumental también se consolida con la acumulación de anécdotas. El apadrinamiento fundante de Julio Mahárbiz, quien le abrió la puerta al rock en la Plaza Próspero Molina, tiene sus buenos minutos. Tampoco falta Charly, con sus atribuladas intervenciones, como una que comenzó con una demora de cinco horas y se zanjó al día siguiente apareciendo de sorpresa en un show de Pappo. El Carpo se ganó sus páginas de bronce tras convencer a una fiscal cordobesa de no suspender el festival con su parada vibrante y un aliento a whisky demoledor. De tanto en tanto, José Palazzo, actual organizador, se entromete y apuntala, dándole homogeneidad a un relato coral, caótico, rockero, hermoso.
Sería difícil entender al rock argentino de las últimas dos décadas por fuera del Cosquín rock, del mismo modo que resultaría impreciso hablar del festival sin haberlo vivido. La película arrima a la experiencia y, en una de ésas, invita a comprobarla en algún febrero próximo.
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