EL BORDO EN EL LUNA PARK
Sala propia y un show histórico en un estadio por donde pasaron Sinatra, Bonavena, Charly, Monzón y Billy Bond no le cambian el seño a los músicos de este quinteto que sigue volanteando en shows de bandas amigas, votando todo por consenso y esforzando su máquina de rock profesional.
› Por Diego Fernández Romeral
“Estamos entrando en una vorágine que se comió la euforia inicial. Hay gran vértigo, velocidad, los días pasan cada vez más rápido y son más intensos. Nos vamos a meter en los mismos pasillos donde estuvieron Sinatra, Bonavena, Charly, Monzón, Billy Bond... Por una noche, ese estadio va a ser para nosotros y para nuestra gente.” Al otro lado del teléfono, Alejandro Kurz intenta explicar las emociones que aparecen cuando falta menos de una semana para que se suba al escenario del Luna Park a tocar con la banda que lidera hace 17 años. “Creo que ésa es una de las piedras fundacionales de este edificio que construimos. Cuando vas a ver al Bordo, vas a ver a los mismos chabones que están tocando juntos hace más de quince años. Cada banda es como una familia, y la nuestra no funcionaría con reemplazos.”
Un puñado de demos, interminables giras nocturnas con botellas y aerosoles, La Colorada para casi 50 personas, miles y miles de volantes repartidos en las puertas de recitales, el Estadio Obras a los 23 años, seis discos de estudio, el Ciudad de La Plata como teloneros de Guns N’ Roses, un DVD en vivo, el Malvinas Argentinas repleto para la presentación de Hermanos (su último disco), cientos de canciones y recitales y un nombre que rinde honores a un vino que a finales de los ‘90 se vendía a un peso el cartón.
Pero en la voz de Ale Kurz no resuenan ecos de ese viaje, como si la capacidad de permanecer a la altura de su próximo desafío dependiera de acallar por un momento el pasado. Tiene tono grave y deja que los silencios hagan su parte. “Tenemos que mantenernos tranquilos, preparados”, dice, a punto de partir hacia su último ensayo antes del recital. “Trabajamos mucho para llegar hasta acá y nunca se desvió el foco de lo que queríamos: una banda duradera de rocanrol.”
El anuncio de que El Bordo iba a tocar en el Luna Park llegó a fines de diciembre. La banda surgida de los pasillos del Carlos Pellegrini confirmaba así su lugar dentro del pequeño grupo de músicos que lograron alcanzar la masividad atravesando el oscuro escenario que vivió la cultura porteña pos Cromañón, junto a bandas como Las Pastillas del Abuelo, Eruca Sativa, La Beriso o Salta La Banca. Antes de los bises del último show de 2015, en Groove, El Bordo proyectó un video en el que un auto recorría la distancia entre El Refugio, su sala en Almagro, y el Luna Park, atravesado por imágenes de los recitales que fueron marcando su camino y con el tema Volando como música de fondo. La banda ya había barajado tocar en el Luna para presentar Hermanos, disco que grabaron íntegramente en vivo y a cinta abierta dentro de la sala, y que los llevó a hacer más de 60 fechas en 2015. Pero no todos estaban de acuerdo. “No funcionamos en asamblea, no votamos y decidimos por mayoría. Las decisiones tienen que salir de un consenso. Si a alguno no le cierra algo, por más que yo esté re convencido, eso ya me tira para atrás”, explica el baterista Miguel Soifer en un encuentro de la banda con el NO en El Refugio, dos semanas antes del recital en el Luna Park, que vienen preparando hace seis meses.
Mientras ceba mate en una ronda que muta a cada rato, Soifer asegura que uno de los principales motivos por los que esta vez dijeron sí al Luna fue porque su público no dejaba de insistir con que “ya era tiempo de hacerlo”. Pero faltaban algunas certezas para que el salto no fuera al vacío. “Si bien uno nunca sabe cómo va a terminar la historia, tenemos como antecedente cercano una convocatoria de miles de personas”, asegura Leandro Kohon, armonicista y tecladista. “El año pasado hicimos tres shows seguidos en El Teatro de Flores y estuvieron llenos. Si hacías la cuenta de las cinco mil personas del Malvinas y esos Teatros, el Luna Park podía darse.”
Pablo Spivak (bajista y parte del trío fundacional con Kurz y Soifer): Después de que lo anunciamos, nos fuimos de viaje cada uno por su lado y a los dos meses empezamos los ensayos. Ale armó una primera lista y la fuimos trabajando. Hicimos un show en marzo y nos internamos en la sala, porque también estamos enfrascados en las canciones de un disco nuevo. Cuando tuvimos los treinta temas elegidos para el Luna, empezamos a venir tres o cuatro veces por semana para ensayar la lista completa. Tocamos cuatro horas como mínimo, hacemos toda la lista. Si la hacés por partes, llegás al recital y a la mitad te quedás sin aire. En un punto se trata también de dar un ciento diez por ciento, de llegar entrenado.
El Refugio nació hace cinco meses. Está en la terraza de una vieja casona donde también funcionan salas en las que ensayaron Los Redondos, La Renga y Pappo. Los años ensayando ahí les hicieron forjar una amistad con su dueño, quien les permitió construir allí la propia, que modificó casi por completo la dinámica de El Bordo. “Antes no teníamos el lugar para sentarnos y escuchar tranquilos las canciones y ajustarlas, y ahora eso es también parte de los ensayos”, dice Miguel Soifer en la pequeña habitación con sillones donde está la consola de grabación, que se comunica con el resto de la sala a través de una pared vidriada. “Venían amigos, pero era una cosa medio incómoda. Ahora hay un grupo afuera haciendo el asado, otros escuchando, nosotros acá charlando, después ensayando. Se ampliaron mucho las posibilidades de compartir.”
La sala está repleta de instrumentos que cuelgan de las paredes, cubiertas por telones verdes y marrones al estilo militar. Debajo de un grupo de guitarras hay una pequeña heladerita con latas de cervezas, botellas de vino, whisky y gaseosas: el tiempo de los cartones parece terminado. Al costado, un pizarrón repleto de anotaciones consigna los 30 temas del show en el Luna Park. Apenas la lista estuvo completa, la banda le entregó una copia a cada miembro del equipo con el que trabajan casi desde sus inicios. “Con eso soy un enfermo”, dice Kurz. “Primero tuvimos que probar los temas en distintas velocidades, a ver cuál nos cerraba más. Y cuando estuvimos conformes le pasamos la grabación completa al iluminador, al sonidista, a los chicos del escenario, para que puedan ir armando el recital y los cortes en sus cabezas.”
Pablo Spivak: Desde que hicimos Obras que la banda nos permite defendernos económicamente. Nunca hubo que salir a hacer lo que sea para conseguir el mango. Casi desde que empezamos, pudimos estar todo el tiempo pensando en El Bordo, en las canciones. Y esa fue siempre nuestra manera de vivir la música, metidos por completo.
Debajo de El Refugio, el dueño de las salas abrió un pequeño bar llamado Gregon, con escenario incluido. Hoy es el lugar para la conferencia de prensa y un pequeño recital acústico que El Bordo dará a un mes de su show en el Luna Park. Hasta ahora, la difusión se había centrado en las redes sociales y las volanteadas. Pero ya hace unos días que la ciudad de Buenos Aires amaneció con carteles de El Bordo en las paradas de colectivos y en el subte, y anuncios radiales del recital alternan en las principales FM. La posibilidad de trabajar junto a una productora le permitió a El Bordo tener ese alcance en los medios, que hoy convive en la banda con un modo artesanal de pensar su música: el plan de difusión del recital fue diseñado por los músicos y no fueron pocos los que una semana atrás, mientras Las Pastillas del Abuelo tocaba en Ferro, recibían en la puerta del estadio volantes en mano de parte de los cinco integrantes de El Bordo.
La treintena de medios que acudió esta noche no escatima en elogios y felicitaciones. Los músicos dan respuestas ajustadas, medidas, y siempre destacan lo positivo de las situaciones. Un pequeño juego es lo único que altera el pulso casi automático del encuentro. Una de las periodistas les pide una palabra que describa el momento que están viviendo, y ninguno de los músicos lanza la suya sin antes tomarse un tiempo para buscarla: “ilusión”, “convencimiento”, “alegría”, “confianza”, “sacrificio”. Al escucharlos, resulta imposible encontrar en los músicos rastros de oscuridad. Sus voces tranquilas, hablando luego sobre la importancia de la familia, la perseverancia y el hecho de mantenerse unidos por la música, parecen cerrar el sueño de la banda de rock y amigos en un círculo perfecto: sin fisuras, sin cicatrices, sin dolor.
Diego Kurz, guitarrista y hermano de Ale, fue el último en entrar a la banda. Es el más reservado. Los mates se terminaron hace rato y la charla en El Refugio ahora está acompañada por un vino que trae algo de calor en esta noche de otoño. Ante la pregunta por lecturas los han marcado, Diego es el primero en hablar: “El que más nos pegó fue Flash, de un francés que se llama Duchaussois. Lo leímos casi al mismo tiempo, nos lo fuimos pasando y no parábamos de hablar de eso. Al principio parece un libro de drogas, pero cuando el protagonista llega a Katmandú y te cuenta toda esa historia de la década del sesenta, te das cuenta de que el tipo veía mucho más que la mayoría de los que estaban ahí”.
El libro lleva la charla hacia lugares más íntimos, como el espacio de los músicos en la sociedad o entender si el hecho de transportar algo tan poderoso como las canciones también les confiere ciertas responsabilidades. “No sé si el lugar que tenemos lo tomo como una responsabilidad -dice Ale-, sino como una posibilidad de decir algo copado, como tratamos de hacerlo en La vereda de enfrente, diciendo que ‘la revolución está en las mentes’. Nuestras letras no apuntan a bajar una línea sino a tratar de pintar una imagen y que eso genere más imágenes en el que la recibe.”
Ante la pregunta sobre qué piensan acerca del intrincado vínculo entre la cultura y la política, los integrantes de El Bordo se muestran cautelosos y prefieren evitar cualquier nombre propio. Y la pregunta, que sigue ahí, se termina de responder mientras el vino se va acabando y es tiempo de ir a buscar otro y escuchar algunas de las canciones que eligieron para contar su historia en su primer Luna Park. “Las canciones son muchísimo más grandes que los gobiernos”, retoma Ale Kurz. “Un gobierno dura cuatro años y una canción es eterna. Las bandas pueden durar veinte o treinta años, y un gobierno dura cuatro u ocho si lo reeligen. Para nosotros la estrella siempre fue la canción. Desde que arrancamos tocando para veinte amigos hasta hoy que estamos a punto de tocar en el Luna Park, lo que hicimos fue trabajar para que las canciones sean las estrellas de todo este asunto.”
Dentro de El Refugio, en el atril frente al micrófono de Ale Kurz, hay algunos papeles con letras de canciones y dos libros: Viajero solitario, de Jack Kerouac, y Tarántula, de Bob Dylan. “Leo mucho, trato de contar historias y eso me ayuda”, dice mientras sus compañeros miran el video de la entrevista que les hicieron días atrás para el programa televisivo Expediente Fútbol. “Al componer quizás puedo ser como el vocero de este grupo, de lo que estamos viviendo, de mostrar cómo nos paramos frente a la vida, pero las canciones nunca dejan de ser experiencias colectivas.”
-Hace unos años hice una sesión de ayahuasca en Perú. Tomé con un chamán. Eso me dio muchísima claridad. Llegué a un punto de desmaterialización total. No me acordaba mi nombre ni dónde estaba ni si era humano. Se desconectó la razón. Y me acuerdo de volver de a poquito, juntar los pedazos de mi psiquis. Tuve montones de enseñanzas que me bajaron. Pero te tenés que sentir bien para hacerlo. Sentirte preparado, y no hay que buscarlo. Se va a dar. Es algo que te limpia, pero como con otras drogas, si no estás bien, es mejor no hacerlo. Yo no tomé la planta con la intención de hacer canciones, pero me ayudó a escuchar mejor lo que me rodea, y que así aparezcan las canciones, porque las canciones surgen cuando podés canalizar eso que está cerca tuyo y que quiere ser dicho.
* Domingo 22/5 en el Luna Park, Corrientes y Bouchard. A las 21.
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