RADIOGRAFíA DE LA SELECCIóN ARGENTINA
La pinta de los jugadores desde la última copa alzada en Ecuador. Las barbas hipsters, los cortes turros, tatuajes, peladas y un DT normcore.
¿Habrá ido Carlos Mac Allister a las sesiones en el Congreso con calzas bajo su traje? Es que a principios de los ‘90, el diputado y actual secretario de Deporte de la Nación impuso un estilo novedoso –y brilloso– junto a Fernando Gamboa y los turcos Mohamed y García: lycra por debajo del pantaloncito, remarcando piernas velludas y otras partes. La innovación estética impresionó en un medio conservador como el futbolero. “Las nuevas ondas de la Selección”, tituló El Gráfico en un célebre artículo donde aparecían jugadores citados por Coco Basile con sus vinchitas y muñequeras flúo, melenas largas y colitas a la altura de la nuca. Ariel Boldrini, Leo Rodríguez, Gabriel Amato y el Beto Carranza siguieron la norma y hasta el recio Cabezón Ruggeri se dejó seducir por el spandex. Vale el repaso por dos motivos duros e incontrastables. El primero: algunos mencionados fueron los últimos en conseguir un torneo con la albiceleste, la Copa América de Ecuador ‘93. El segundo: la moda pasa aún más rápido que la trayectoria de un jugador.
El largo del pelo y el uso de aritos, incluso, se volvió cuestión primordial en la era Passarella. Como DT, el Káiser se negaba a esas distracciones. Lo sufrió Fernando Redondo, dueño de unos flecos siempre prolijos y lacios. El célebre código futbolero nunca permitió saber si fue ése u otro el motivo por el que el Príncipe no pisó por mucho tiempo las instalaciones de Ezeiza. De mitad de los ‘90 en adelante, se impusieron las formas europeas entre los futbolistas, consecuencia directa de una mayor apertura en las ligas de allá y de la globalización del deporte. Adaptaciones siempre filtradas por el toque local. Ahí está Carlitos Tévez, en su etapa very difficult, con trencitas y vestido de cachemira en el living de Susana. “¿Las trencitas? Me las hizo la mujer que trabaja en lo de mi hermana”, respondió entonces el Apache.
Desfilaron, también, los Pekerboys con el delirio que despertaban entre las chicas, solo comparable con una banda teen pop. Pasaron los mechones pintados y las remeras de A+ (“Capo Canioneri”, “Giocatore di Calcio”). Jonás Gutiérrez y Marcos Angeleri reivindicaron la vieja escuela capilar con sus chapas al viento. Y así hasta llegar a los 23 citados por Tata Martino, sobre los cuales volverán a depositarse las miradas a partir de que el 6/6 debuten en la Copa América Centenario ante Chile.
Pica en punta Nicolás Otamendi y su hipsterismo de barba tupida y bigote ralo: chequear su estampa en el mundial 2010 para verificar el cambio que ostenta el futbolista del Manchester City. En el rincón opuesto está el toque normcore –la anti moda o la moda del mínimo esfuerzo– del DT. No es el único. Lo siguen Mariano Andújar, Facundo Roncaglia y Javier Mascherano. Como que el 5 quiere dejar en claro algo. “No me rompan, rapado y a otro cosa”. Y esa otra cosa es fútbol, claro.
Lucir bien pero no desviar miradas o ir por fuera de lo aceptado. Esa parece la clave. Ningún convocado es tan osado con el wachiturrismo top del brasileño Neymar o el chileno Arturo Vidal y sus afiladas mohicanas en el balero. El arquero Sergio Romero dejó las trencitas caribeñas y luce el corte más estándar: rasurado a los costados y jopo sui generis. Marcos Rojo, Lio Messi, Sergio Agüero, Erik Lamela, Lucas Biglia son otros que siguen esta norma, al igual que el gran ausente Paulo Dybala, también impuesta en el fútbol local. “Los jugadores se cortan el pelo una vez por semana”, sentenció Dário Del Casale, el peluquero de varios profesionales de Primera División que reconoce la coquetería. El gel es cosa del pasado y los players prefieren las pomadas orgánicas.
Otro canon viene con agujas y tinta, al punto de que algunos tatuadores circulan por concentraciones como dietólogos, motivadores y managers. Roberto “el tatuador de Messi” López, que no es hincha de ningún equipo. Marco Antonio, que fue testigo del fugaz affaire entre Daniel Osvaldo y Militta Bora dejando una marca en sus cuerpos con tinta. Y Chatrán, el orfebre que le impuso los fierros al Pocho Lavezzi a la altura de la cadera. Quedará por siempre la pregunta sobre las manitos que se tatuó el 10 en su pantorrilla izquierda. ¿Había dejado espacio entre las palmas de su hijo para la Copa del Mundo? Se sabe, no hay ambiente tan cabulero como el del fútbol. Por eso, en esta época de vacas flacas para las vitrinas de la AFA, el NO tira un centro a la olla: ¿será momento de la retromanía y de volver a las calzas?
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