KIMBO SLICE, EFíMERO Y ETERNO
De la WWW a la MMA, brilló y murió como un salvaje domesticado.
› Por Hernán Panessi
Un pómulo se convierte en masa púrpura de un golpe. Las fosas anchas y chatas de la locomotora negra escupen veneno mientras recupera energía. “1, 2, 3… no va más”, dice alguien. De lo efímero nació lo eterno: después de unos agarrones y un bombazo certero, Kimbo Slice noquea y deja tirado en el parquet a un peleador callejero gordo y enorme, que no se levanta: ahí se quedará. A fuerza de trompadas y un intenso componente morboso, Kimbo devino en uno de los virales más fuertes de estos años. Y tuvo, impulsado por millones de reproducciones, un salto a las grandes ligas: pasó de masacrar latinos en patios traseros a profesionalizar su rabia en cuadriláteros de boxeo, MMA, Ultimate Fighting y Bellator.
Su madre supo que la cosa venía picante cuando, a los 13 años, el pequeño-gigante Kevin Ferguson fajó a un compañero de colegio. La naturaleza lo hizo una criatura fantástica y él lo capitalizó: no tardó en convertirse en guardaespaldas. Puso cara de malo en clubes de striptease hasta que la compañía porno Reality Kings, su primer patrocinador, lo contrató. Acompañado por unos morochos con sueños de Don King, llegaron las peleas y su sobrenombre: Kimbo. ¿Y Slice? Se lo puso Internet. En inglés, “slice” es “rajar”.
Los videos en YouTube lo mostraron inquebrantable, macizo como una roca e imposible de mover. Aún así, su cuerpo –inquebrantable, macizo e inamovible– no aguantó: el 6 de junio murió debido a un ataque cardíaco, días después de haber enfrentado en un cuadrilátero a Dada 5000. Para muchos, su última aparición en sociedad se trató de una de las más aparatosas en la historia de las artes marciales mixtas. Dada 5000, suerte de Godzilla XXL, cayó tambaleante por KO. Slice lo había rajado.
Nacido en Bahamas pero criado en Estados Unidos, Kimbo fue una rareza para el deporte mundial: tal vez el primer salvaje domesticado por la red. Las peleas callejeras fueron su sparring, el MMA su revalorización como luchador serio y la web –siempre– su laboratorio. “Me encanta hacer lo que hago”, dijo hace unos años. Como buena fábula pugilística, su alquimia acabó trágicamente: ya no convertirá pómulos en inservibles masas de color púrpura.
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