RICHARD COLEMAN Y ERICA GARCIA, A LA DISTANCIA
Por distintos motivos, los dos viven en la ciudad que tiene Hollywood, palmeras, rubios y rubias, Beverly Hills y la amenaza de un gran terremoto. Pero, claro, la ciudad símbolo de la costa oeste de los Estados Unidos tiene otras cosas. Vistas con ojos argentinos y comentadas aquí.
› Por Pablo Plotkin
COLEMAN
Las amistades. Vivo en un
edificio lleno de rusos, a la vuelta del Teatro Chino. Los Angeles es una de
las ciudades más difíciles del mundo. Antes de irme, algunos me
decían “es el Diablo, no es normal”. Y yo pensé “bueno,
vamos al Infierno”. Desde el principio me puse una barrera para que la
melancolía no fuera una traba, el factor que me hiciera volver. Fui sin
ninguna propuesta, a tirarme a la pileta, y aprendí a valorar los amigos
que me hice. Es un lugar donde no abusás de la amistad, no convertís
a los amigos en receptores de todas tus pálidas. Desde el comienzo traté
de escaparme de los guetos argentinos, porque no me gusta juntarme a hablar
de lo bien que estamos en Los Angeles mientras comemos empanadas. Pero coseché
algunas amistades inesperadas: la de (Alejandro) Lerner, por ejemplo, que vive
a cuatro cuadras de casa. Ahí valorás mucho un lugar al que podés
ir caminando, que no te demande veinte minutos por autopista.
Los vicios. Después de un tiempo en Los Angeles, Karina (Van Ron) me
sugirió que me diera una vuelta por el Musicians Institute. Es un edificio
enorme, lleno de estudios y auditorios, que queda a cinco cuadras de casa. Apliqué
a una beca para el curso de ingeniería de grabación y producción.
Me la dieron y a eso me dediqué buena parte del año pasado, asistiendo
seis días a la semana. Fue buenísimo, porque me fui de acá
con la idea de aprender algo, además del cambio social que implicaba
mudarme a una ciudad tan distinta, sin amigos ni contactos. Y salió bien.
Cambié la dinámica de Los 7 Delfines, pudimos sacarle ese lado
de banda de culto que siempre tuvo, esa cosa de casino, de no saber con qué
te vas a encontrar. Estar tan lejos me permitió sacarme los vicios, en
todo sentido, y empezar de nuevo con la mesa limpia.
Los paracaidistas. La aparición de Schwarzenegger como candidato es increíble.
Lo cierto es que Gray Davis, el actual gobernador de California, es un chorro,
y allá a los chorros se los castiga. A partir de la aparición
de Schwarzenegger empezaron a brotar otros candidatos increíbles. Hasta
Gary Coleman, mi primo negro, se sumó a la contienda. La mejor es Angeline,
una mina que todos creen que es actriz porno pero que en realidad es la mujer
del dueño de los carteles publicitarios gigantes. Cada vez que queda
un cartel vacante, el tipo pone la foto de Angeline, que anda por Los Angeles
con un Cadillac rosa.
Los psicóticos. Existe una psicosis colectiva que opera más allá
de la crisis económica y el desempleo. La psicosis de los ataques es
tremenda. Se corre un rumor y la gente empieza a mirar para arriba.
Los Delfines. La gran pausa con Los 7 Delfines ya me la tomé. Ahora vuelvo
a L.A., ajusto un par de cosas y el año que viene venimos con Karina
a poner cuartel en Buenos Aires. Quiero dejar allá las puertas abiertas,
saber que tengo una vida con dos sedes. La decisión tiene que ver con
que allá encontramos cierta falta de inspiración para el arte.
Se puede ser creativo, pero cuesta vivir en estado de arte. El hecho es que
estamos más sensibles con lo que pasa acá. Grabaremos con los
Delfines sin presión, porque no nos corre nadie. La energía que
tenemos con la banda, a esta altura, es indiscutible. n
Los 7 Delfines tocarán el sábado 27 de septiembre en Niceto, Niceto Vega y Humboldt.
GARCIA
Las cuadras. Vivo en un
barrio que se llama Silverlake y que tiene -obvio– un lago. Es un barrio
muy tranquilo y arty, plagado de músicos. Tiene todas las calles pintadas
de colores, barcitos... Me gustan las autopistas; me encanta manejar e ir escuchando
música. Está la radio de rarezas, la de jazz, la de punk, la de
soul. Los mitos. Hay una leyenda que dice que los músicos zapamos en
el Viper Room y... ¡es mentira! Acá se vive un ambiente muy propicio
para la música, porque no hay prejuicios ni divisiones entre cool y grasa,
como sí hay en Buenos Aires, eso que les da tanta dureza y temor a los
que van a mostrar algo allá. Lo cool de Buenos Aires no es lo que se
piensa que acá sería cool. Acá es todo muy relajado, todos
se mezclan con todos. Cero pose. Cero moda. Tampoco está mezclado el
rock con la farándula, cosa que en Buenos Aires es ley. Acá cada
uno va por su lado, el chusmerío sólo existe en el plano Jennifer
Lopez, pero no llega a la música. En cuanto llegué a Argentina
tuve que adaptarme al formato farándula, pero no me quejo, también
tiene su parte divertida. Lo malo de L.A. es que hay tan buena onda que mucha
gente se queda flotando en esa nube y no hace nada.
Los idiomas. Acá canto en inglés y en Argentina en castellano,
pero el otro día, en el show en Niceto, el tema que más gustó
fue el que estaba en inglés. No es que quiero hacer un crossover. De
hecho, viviendo en L.A. te das cuenta de que eso no existe: a los americanos
no les gusta ni Shakira ni Ricky Martin. Eso les gusta a los millones de latinos
que viven acá.
Los métodos. Todo parte de cuando me vine a Los Angeles y aprendí
a manejar protools. Empecé a grabar mis demos de la misma forma íntima
que siempre lo hice, pero de mejor calidad. Entonces me pasaba todo el tiempo
componiendo los nuevos temas y grabando el demo que después presenté
a los productores. Vine muy tranquila, no para comerme al mundo. Hasta ahora
grabé los demos yo sola, con reason, guitarra acústica y sintetizador,
pero ya estoy formando una banda para salir a tocar. Vengo cebada del show de
Buenos Aires y ya no quiero parar.
Los californianos. Nunca pensé en influencias californianas, sólo
reconocía quiénes eran ingleses y quiénes yanquis. Pero
ahora que lo pienso... No sé... los Doors o –más contemporáneo–
Beck. Nada más. En cuanto a la política de acá, no estoy
muy al tanto de la candidatura de Schwarzenegger y no me fijo mucho qué
sucede. Me divierten más Ibarra, Macri y Zamora.
Los bolos. Lo que me hizo bien de estar acá es tomar distancia de Argentina
y ver que en un momento estaba ¡en una novela! Ahora me parece divertido
como anécdota, pero a un músico eso sólo le sirve para
firmar autógrafos en el supermercado y vender discos en Rumania. Me gustó
mucho volver a Argentina y ver un show lleno de fans y que estuviera Cerati,
Fer de Catupecu, músicos que admiro y que siempre están. Me hizo
muy bien al espíritu. Y me reenamoré de Buenos Aires.
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