NATALIA LAFOURCADE VA HASTA LA RAíZ
Un exclusivo show en un hotel de la Baja California Sur y una charla sobre música, alcohol, pureza, vida y glamour.
“Estoy tomando té porque decidí dejar de beber alcohol hace un mes y medio”, dice Natalia Lafourcade y ensaya un gesto de timidez, como si estuviera revelando una fechoría. Abandona la guitarra y pasa al piano. Nadie mira su celular. El silencio de la sala permite acceder a la respiración amplificada de la compositora. “Me pongo como pacheca”, parece que confesara. Y todos (los que conocen el slang mexicano) ríen. De nuevo aparece esa sonrisa que hace de Natalia la persona que se ve en la tele, sin poses ni caretas. Es una chica más que lleva el peso angelado del talento. Ciento cincuenta personas hospedadas en el hotel El Ganzo son el público de este concierto exclusivo bajo las estrellas, la luna como un gajo de mandarina y Marte, que se ve clarito en San José del Cabo, Baja California Sur, México.
–Simplemente por ganas de probar este estado de presencia en mi momento de vida. Vivir intensamente cada día pero sintiendo mi cuerpo ligero. Tenía ganas de dejar la carne desde mucho tiempo atrás, tampoco de una forma estricta sin sentido, pero hacerlo bien. Y supongo que los 30 me hacen cuestionar muchos temas que tienen que ver con mi salud.
Chilanga de nacimiento y veracruceña por adopción, Lafourcade habla del amor que le tiene al hotel que la cobijó bajo un sonido perfecto. Allí, en el pasado y con vista al mar del Cortés, compuso canciones y demos, se hospedó con amigas y también grabó en el estudio del sótano. Pero la misma industria que le entregó una decena de Grammys también la llevó a montar mega conciertos, lejos del candor de los lugares chicos. “Siempre con mi banda, siempre con mis súper luces”, dice, incapaz de quejarse bajo el aura de la sonrisa.
–Es increíble desnudar los temas de esa manera. Poder contar anécdotas a la gente, sentirlos así de presentes. Pedir que no sacaran sus celulares resultó positivo. Hoy es difícil encontrar la presencia. Y un acústico expone los temas así como las palabras, la respiración. Fue hermoso ver a la gente tan atenta y tan presente conmigo en el viaje. Para mí tocar es como viajar. Nunca sé lo que va a suceder, sólo confío.
Más de 20 canciones toca y canta con los ojos cerrados, acaso sintiendo la brisa que llega desde el mar y alivia el verano del trópico. La mayoría son del último disco, Hasta la raíz, y también clásicos como En el 2000, de cuando era una “adolescente inadaptada” que gustaba de la poesía. También hay canciones de Mujer divina, homenaje a Agustín Lara, como La fugitiva, y Piensa en mí.
Y porque se siente en El Ganzo como en casa, cuenta que Palomas blancas, del último disco, la compuso en Las Vegas hace cuatro años, cuando fue a cantar en los Grammy y llevó a su mamá a ver un poco de ese otro mundo. La señora se abrumó de tanto glamour y le dijo: “Na, no pierdas la pureza de la tierra”. Entonces ella escribió un estribillo potente de amor a su origen y le avisó: “A mí me encanta el glamour”.
Lafourcade invita a Mark Rudin, su amigo, productor musical del hotel y también el músico que grabó las trompetas en Hasta la raíz. Tocan Un pato y Te quiero ver. Van dos horas y aún arde la llama del fogón. Consiente cada pedido del público y regala un bis de su querido Lara, María bonita. Así se despide. La ausencia de telón y escenario la confunde entre fans que se sacan fotos, piden autógrafos y charlan como si se conocieran de siempre. ¿Qué inspira a esta chica que creció con el furor de los ‘90, homenajea a Lara, toca en un hotel “fresa”, le habla a su tierra y elige la abstemia a la confusión del alcohol? Cosas rústicas: “Le escribo a la vida, al amor, a México y a mi gente”.
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