LA SIMPáTICA ROADIES
En la serie de Cameron Crowe, las estrellas de rock son los técnicos y los asistentes, y toda la crew se comporta como familia disfuncional.
› Por Javier Aguirre
Las verdaderas estrellas no son los que suben al escenario sino los que se quedan abajo, esos despeinados y sudados laburantes aferrados al handy, que corren entre cables con sus credenciales colgando en pendular vaivén y que picotean, en la oscuridad, las migas de la cultura rock. La flamante serie Roadies (Showtime) se centra precisamente en esta “clase trabajadora” del rock mainstream, llámeseles plomos, técnicos, crew o roadies. Y empieza con una cita de Tom Petty, un animal de la gira rockera con más ruta que un Lumilagro, que dice: “Yo sólo toco las canciones, ellos hacen que ocurra el show”.
Producida por el jedi J.J. Abrams, Roadies es obra de Cameron Crowe, ex editor de la RollingStone estadounidense y realizador de Casi famosos (2000), aquella película de iniciación que contaba el rock desde los ojos de un joven periodista. Ahora, Crowe puso los ojos sobre otros agentes de la periferia rocker: productores, auspiciantes, choferes, electricistas, patovicas, microfonistas y gente que no se sabe muy bien qué hace mientras una banda gira en micro por Estados Unidos para un exitoso tour de estadios.
Pese a ese contexto, el rock por momentos parece ser un mero decorado para una (casi) tierna sitcom familiar. El protagónico es del actor Luke Wilson (de él y sus caritas reiremos más de una vez en momentos de tensión), quien como responsable de la gira es un poco el padre de los más jóvenes de la crew, pero un padre de época, con autoridad dudosa, que conforma dupla con una productora, cuarentona como él: ambos funcionan como cabezas de familia, sufren conflictos de (pseudo)pareja y ofician como padres sustitutos de un grupo incierto de irritables, vulnerables, soñadores veinteañeros que son los plomos, sonidistas, músicos...
¿Eh? ¿Alguien dijo músicos? Los de la ficción, aquí no importan. Sí, están los cameos, claro, como The Head and The Heart o el barbado Reignwolf, o una banda sonora con Dylan, Ramones, Pearl Jam, Ting Tings y The Replacements. Pero la band on the run de Roadies es una de ficción, The Staton-House Band, y sus integrantes apenas aparecen.
La historia se apoya en los roces entre quienes llevan credencial pero no instrumento: un patrocinador extranjero y trajeado que no logra pronunciar el nombre de la banda, una productora que no ve nunca a su marido productor, groupies en tetas, acosadoras, críticos... Y estrés, mucho estrés. El propio de la vida de los productores, que hablan al mismo tiempo con quien tienen adelante y quien los taladra desde el handy o la “cucaracha”.
Roadies no es tanto una serie sobre rock sino sobre ese dramático oficio contemporáneo, la producción de eventos. Y por eso es heredera evidente del hit sobre producción UnReal (sobre la producción de un reality de TV). Sin embargo, el consumidor rocker encontrará en la serie de Crowe chispazos especialmente atractivos, por caso, ciertos mini-debates temáticos. Como cuando, mientras arman un escenario, alguien pregunta si una banda de rock es una marca o un sentimiento.
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