EL TEATRO DESPUéS DEL AMOR
Buenas, premiadas, exitosas y con multitemporada en el off, Cactus orquídea, El amor es un bien y Lima Japón Bonsai indagan las formas de relacionarnos y cómo están atravesadas por lo político.
› Por Brian Majlin
Un hombre que ha perdido todo –es decir, al amor de su vida– se entera de que hay una semilla que le permite ver una vez más a su mujer. Y ahí se desencadena todo. Es una de las múltiples historias entrelazadas en Cactus orquídea, obra del Ensamble Orgánico que va por su tercera temporada. Escrita y dirigida por Cecilia Meijide, es cristalina y sincera los sentimientos de los actores en tanto personajes e intérpretes: todo es parte de la trama y la dinámica está a la vista. Bajo ese precepto, con una escenografía plegable que combina despojo y complejidad, sobrevuela una pregunta: ¿qué pasaría si las personas expusieran todos sus sentimientos?
En tiempos de angustias y desórdenes emocionales exacerbados, desorientación y lisa y llana alienación, con el individualismo como emblema y la violencia como modo de satisfacción del deseo inmediato, la humanidad solo puede hacerse un ovillo y llorar. En ese universo de precarización material (productiva, laboral, ambiental) que imprime sus efectos sobre las formas de vincularse entre las personas, el arte –y dentro suyo los mensajes y los modos– hacen su pequeña resistencia.
Casualmente o no, coinciden en el off tres obras (premiadas, seleccionadas, exitosas y con más de una temporada) que indagan en el amor y los vínculos. En la soledad, el amor de parejas, de padres, de personas. En el amor como motor de la Historia o de las pequeñas tramas. En la desvinculación y en las historias entrelazadas. En la conexión de la Humanidad como un todo.
Cactus orquídea (sábados en Teatro Anfitrión) es una invitación a desmitificar la idea de que somos islas, seres desvinculados. Es la recuperación de la empatía, del mismo modo que El amor es un bien (sábados y domingos en Teatro Escuela Moscú), reversión del clásico de Antón Chéjov Tío Vania, escrita, dirigida y ambientada en Carmen de Patagones por Francisco Lumerman, grita que somos todos partes de una misma unidad. De los antepasados a la descendencia: ¿pensaste alguna vez en que alguien puso un árbol para que vos disfrutes de su sombra? ¿Qué sombra estás dejando?
Al final está el amor. Si en los ‘60 la revolución fue el amor y en los ‘70 el amor fue la revolución, en el nuevo siglo hay una búsqueda en el amor como sanación. El amor es subversivo y así lo gritan los dos protagonistas de Lima Japón Bonsai (jueves en el Recoleta), de Mariano Tenconi Blanco, en la que se miniaturiza la historia del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru y el atrincheramiento en la embajada de Japón en Lima en 1996, para transmutarlo en una historia de amor, chicha y animé entre la hija del embajador nipón y un militante del MRTA, que acaba en tragedia clásica shakespeariana japonesa. “Nos gusta imaginar que las ficciones habilitan nuevas formas de pensar cómo vivimos, pensamos, amamos”, propone Tenconi.
–En el teatro político no proponemos nada para hacer que el mundo sea mejor ni decimos saber cómo hacerlo. Lo que hacemos es crear un mundo nuevo, que subsiste transitoriamente, porque no nos gusta el mundo como está. Quizás el amor sea parecido al teatro: es una ficción en la que uno cree fervientemente para poder escapar transitoriamente del dolor y la rabia que provoca el mundo.
Lumerman dice que le daba vergüenza y pudor hablar del amor y que ni siquiera pensó que hablaría de eso sino del capitalismo y de elegir vivir en función de la riqueza material o la bohemia espiritual. Pero Mauricio Kartún le explicó que las obras son más inteligentes que los autores: El amor es un bien es sobre amor, claro, y aún así un manifiesto sobre el capitalismo y los modos en que el sistema de producción se imprime, con sus dolores y egoísmos, sobre el modo de vincularnos.
En Cactus orquídea, Meijide propone revisar también “cómo se ponen en juego la vida, la muerte y los ciclos: lo que parece morir pero continúa, lo que era y deja de ser”. Esas microhistorias rompen con la idea de soledad y desconexión: “Es contracultural transmitir la idea de que todo está entrelazado, cuando se tiende a pensar lo contrario”.
“En este momento lo más subversivo, lo más provocador es amar –añade Lumerman en consonancia–. Lo leí de un filósofo (NdR: se refiere a Franco Berardi, que habla de la felicidad como elemento subversivo). Yo soy muy pesimista, pero a la vez que nos juntemos para abrir Moscú –la sala de teatro que comanda con Lisandro Penelas– y que contemos esta historia está ligado a una visión crítica pero a una intención. Pienso que eso, de alguna manera, es amor”.
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