AGUAS(RE)FUERTES
Un repaso al festival en el que, además de todo, se dio el cruce de tres generaciones festivaleras.
› Por Lola Sasturain
Aquel Personal Fest 2004 que trajo a Morrissey, Primal Scream, Pj Harvey y The Mars Volta dejó la vara altísima para los festivales venideros y a su vez les allanó el camino: a partir de ahí, las megafechas en las que tocan dos o tres bandas de alto renombre y varias sensaciones indie del momento se convirtieron en un hecho que se repite, con más o menos éxito, varias veces al año. En esa línea, el Personal Fest 2016 pareció haberle cedido target a pesos pesados como Lollapalooza, a su hermano conceptual Bue o al más específico y cuidadosamente curado Music Wins.
En un contexto en el cual la oferta para este público de entre 20 y 40 años –que escucha bandas de afuera que no llenan estadios y que se informa a través de Spotify– es mucha y está cada vez más diversificada, el festival de la telefónica dio un paso al costado con una nueva propuesta que nuclea a públicos (tal vez demasiado) diversos: adolescentes, consumidores de rock rioplatense masivo y algo de lo que queda de la pendejada indie que escucha la Metro.
Considerando que los tres públicos parecen –a priori– bastante incompatibles, el espíritu kermés funcionó como una especie de principio unificador: el concepto era implícitamente familiar y todo estaba pensado como para que los padres que fueron a ver a Calamaro pudieran dejar a sus hijos de 12 años viendo a Angela Torres o Willow Smith en el escenario teen, para luego ir todos juntos a jugar en el espacio coordinado por Fede Bal (sí), y luego los pibes –y no tan pibes también– podían quedarse sacando fotos y metiendo hashtags o creando sus memes del festival, entre muchas otras propuestas que integraron las redes sociales y consistieron en una apuesta casi tan fuerte como el line up en sí.
Con artistas rioplatenses tan populares como Calamaro y NTVG, el Personal Fest 2016 se aseguró la convocatoria, agregando plus de varios tipos para convencer indecisos. Apoyándose en el cada vez más popular abono por ambas fechas, se encargó de nuclear audiencias no tan específicas y de generar, en consecuencia, una propuesta lo suficientemente ATP como para justificar la inversión. Apuntó a los más variados segmentos dentro de un público de clase media, de rango etario muy amplio, lejos de hipster pero tampoco comprometido con lo popular, que solía quedarse afuera de la propuesta festivalera habitual.
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