Jueves, 27 de octubre de 2016 | Hoy
DEVENDRA BANHART ACEPTó QUE YA NO ES UN PENDEJO
Acorralado por muertes cercanas y obsesiones propias, el trovador místico puso en Ape in Pink Marble una música sexy como para “lobbies de hoteles en las afueras de Tokio”.
Por Juan Barberis
Devendra Banhart dice estar algo triste y melancólico. Aunque en Los Angeles es una tarde de cielo azul y sol brillante, el cantante texano de sangre latina acaba de llegar de San Francisco, donde se celebró un homenaje a la memoria de su “gran amigo y mentor en el universo de la poesía”, una de las cinco personas cercanas, entre familiares y amigos, que perdió en los últimos años. “Muchas tragedias ocurrieron en este último tiempo”, le dice al NO. “Lamentablemente, nunca pude sentarme y escribir una canción sobre todo eso, pero de alguna manera conforma lo que estás haciendo, lo quieras o no.”
Ape in Pink Marble, su flamante noveno disco, no habla de la muerte ni la pérdida, pero encarna la luz tenue de los momentos emocionalmente frágiles. Siguiendo la línea introspectiva de Mala (2013), Banhart construye con precisión de artesano un álbum de folk brumoso y psicodélico, un trance oscuro y mid tempo capaz de cruzar las guitarras ahogadas en eco de Mac DeMarco y la introspección alucinada de Syd Barrett, con el jugueteo romántico de Little Joy y la altanería seductora de Caetano Veloso. “Cada canción es un mundo propio, pero esta vez fuimos detrás de un concepto estético”, explica Devendra con entusiasmo didáctico. “Unificamos el álbum haciéndonos una pregunta sencilla: ¿esta música sería tocada en el lobby de un hotel de Japón, en las afueras de Tokio, con un clima algo triste, una alfombra un poco sucia y una luz muy tranquila, casi nostálgica, con una señora fumándose un Lucky de los convertibles?”
Desde Mala hasta el inicio de las sesiones de Ape in Pink Marble, Devendra Banhart le dedicó buena parte de su tiempo a I Left My Noodle on Ramen Street, un libro de dibujos, fotos y poesía que lo obligó a postergar algunos años la grabación de nuevas canciones. Después, ya durante las jornadas en estudio –junto a los productores Noah Georgeson y Josiah Steinbrick–, se obsesionó con el koto, una compleja arpa japonesa, lo que terminó dilatando aún más el proceso. “Pensábamos que iba a ser muy fácil de tocar, pero fue una posición totalmente arrogante”, dice riéndose. “Me la he pasado todo el tiempo tratando de afinarlo.”
El áurea de trovador místico que define el perfil de Banhart encuentra acá momentos de gran inspiración: en Jon Lends a Hand homenajea a Jonathan Richman, de The Modern Lovers, para elevar una gran pieza de consistencia lo-fi y timbres orientales; y en Theme for a Taiwanese Woman in Lime Green construye una bossa onírica y crepuscular, potenciando ese efectivo perfil de galán exótico que anestesió hasta a la bella Natalie Portman. “No es un álbum con mucha poesía, me interesaba hacer un disco completamente honesto y explícito”, detalla. “Es la primera vez que nos sentimos más grandes y calmos.”
En estas 13 nuevas canciones, el paso del tiempo parece ser un factor subliminal pero omnipresente. “Mi relación con el paso del tiempo es interesante, porque tengo 35 años y ya no soy joven. Cuando cumplí los 30 empecé a sentir esa cosa del ego: ‘Oh, ya no soy joven, qué ha pasado’. Realmente pensaba que no iba a envejecer, y el ego empieza a actuar, a generar resistencia”, dice. “Tengo un trabajo que magnifica la adolescencia, y me gusta bailar como idiota frente a gente que no conozco. Si tengo que reducir mi trabajo, se trata de eso. Pero ahora me siento pleno: ya fui joven, lo viví por mucho tiempo y estuvo bien.”
–No, para nada. Escribir canciones no me ayuda a sentirme mejor, aunque a veces haya tenido que cantarle una canción a alguien para decirle que la amo o que es bella. Pero nunca termino con esa persona, ¡nunca ha funcionado! Quizás escribo las canciones correctas para la gente equivocada.
–Quiero escribir una buena canción, todavía no lo logré y es por eso que sigo en camino. He llegado cerca, sabés, pero aún no he podido.
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