¿Adónde iremos a parar?
Por Pablo Plotkin
El enigma no es fácil de resolver. Tal vez ni siquiera haya enigma. El trabajo es éste: caminar a través del territorio desmantelado, remover los escombros y vislumbrar lo que está surgiendo de las cenizas de la última era. El futuro. En tiempos de transformación social casi siempre sucede que el rock encuentra su destino en los extremos. Por el momento, lo que ocurre acá se parece más a burbujas que aparecen en la superficie del mar antes de que la ballena emerja con un estruendo definitivo. Algo nuevo está pasando, pero hay que rastrear en ciertos rincones para encontrarlo. El futuro rock argentino de la década del ‘00 recién asoma.
Mientras la decaída megaindustria del disco permanece de espaldas a las propuestas renovadoras, los artistas se esparcen en cientos de caminos de reciente creación y afirmación. Ahora que el bipartidismo político PJ.UCR se pudrió en sus propias miserias, no es delirante pensar que el rock deseche definitivamente las viejas dicotomías. En adelante, entonces, quizá se deje de pensar el rock en términos hegemónicos, como sucedió en décadas pasadas (pop hedonista, rock chabón). Y hasta puede suponerse, para bien o para mal, que el rock será menos espectacular. Es difícil proyectar un estallido de las proporciones y el poderío del punk, por ejemplo. El panorama tiende a recomponerse gradualmente, sin arrebatos heroicos, y el ímpetu generacional parece desperdigado en voluntades más bien dispares.
No existe modelo para armar. El acceso a la informática encerró a una parte de los jóvenes compositores argentinos a la soledad de su disco rígido. La banda de rock sigue siendo el lugar de la aventura, pero el individualismo electrónico se afianza como alternativa perfecta para aquellos que no están dispuestos a lidiar con problemas de convivencia y caprichos de baterista. Diego Lucente, líder de Dulce Limón (el sello independiente que editó y puso en Internet entusiastas tributos a Soda Stereo, Los Fabulosos Cadillacs y Madonna, y discos de Timmy O’Tool, Ave Murta, Hustler), cree que “lo mejor va a pasar cuando toda la camada de chicos electrónicos se canse de usar la computadora y agarre de vuelta los instrumentos”. “Ahí va a haber un clic grande, y van a empezar a salir buenas canciones y buenas bandas”, dice. “El asunto es que, al no poder tocar en vivo por la crisis, la gente elige la computadora por una necesidad de seguir haciendo música, pero esa música tiene fecha de vencimiento, que es cuando sale el nuevo programa.”
La crisis pulverizó, al menos por un buen tiempo, las fantasías históricas del rock como generador de fortuna. “Se terminó el 1 a 1 y se terminó la masividad de cualquier estilo, al menos durante los próximos cinco años”, opina Lucente. “El que hace música, o se va o espera que cambien un montón de cosas.” María Fernanda Aldana, bajista de El Otro Yo e integrante fundadora de Besótico Records, le encuentra el lado positivo al desastre económico. “Hay mucha escena independiente, muy esparcida y alentada por la crisis económica, y eso puede tener resultados interesantes. Ahora cada banda de rock escribe sus canciones, hace sus discos, organiza sus propios shows y sus movidas... Eso significa que hay muy poca manipulación artística, y que es impredecible saber para dónde van a ir todas esas bandas.”
Gustavo, fundador del sello Ultrapop (editor de Pequeña Orquesta Reincidentes, Subsole, Panza, los uruguayos Buenos Muchachos, Cuarteto de Nos y Supersónicos e importador del catálogo de Matador), no cree que haya grandes cambios estéticos, pero confía en que las escenas independientes cobren mayor protagonismo. “Sin el apoyo de las compañías multinacionales, el rock chabón, que surgió como un negocio, se va a debilitar. De manera que nuestras estéticas pueden empezar a tener un mayor ingreso en el mercado. De ahí podría venir un cambio: en este momento, la industria nacional independiente está en condiciones de competir con las compañíasgrandes. Así que los nuevos artistas van a surgir de otro lado. No van a ser tan primitivos. Todos los sellos independientes tienen conceptos artísticos más refinados. Se viene un mayor grado de elegancia. Mientras en lo popular se va a terminar de imponer la cumbia, dentro de la cultura rock va a haber propuestas más eclécticas, se va a abrir el juego.”
Después de la experiencia de fronteras cerradas del rock chabón, buena parte de la electrónica nacional se dedicó a importar de un modo casi literal el sonido de Londres, Chicago, Berlín o París. Entre los dos extremos, Matías Mariño (cerebro del sello house Estatus y sus desprendimientos Cosmic y Secsy) cita a los mexicanos Nortec como ejemplo de equilibrio entre una identidad localista y un registro internacional. “La gente va mixando los sonidos que tiene más cerca con los de más lejos, tu propia cultura con lo que pasa en las pistas del mundo. De ahí pueden surgir cosas interesantes. De cualquier manera, de repente viene un pibe como Gori y te saca un discazo con canciones de guitarras. La fórmula no es nueva, pero las canciones son mágicas. Y yo necesito las canciones, eso es lo que, en definitiva, renueva a la música. En un momento pensamos que la vanguardia electrónica alemana era el estilo que lideraría los cambios, pero de pronto llega una canción y te mata.”
Pero en Argentina, un país con una clase media particularmente permeable a la influencia de la cultura europea, proyectos como el de Nortec son producto de iniciativas bastante aisladas. “El más fuerte es Trincado, con el folklore electrónico que hizo en su último disco”, señala Matías. “Yo lo vi en Nueva York, mezclando cosas de Domingo Cura; la gente bailaba esa chacarera instrumental y a mí me pareció el disc jockey más groso que había visto en mi vida. Todos le preguntaban qué era eso, él les decía que era del ‘69 y nadie lo podía creer. También están Altocamet y Canu, buscando entre los bandoneones de Piazzolla. Afuera, eso es lo que más interesa. Gotan Project, por ejemplo, que es tango electrónico, tiene mucho éxito. El tema latino está muy fuerte, es una cuestión de ritmo. Por algo a Cattáneo le va tan bien afuera. Porque tiene mucho feeling, además de porque pone los discos que hay que poner.”
Gustavo cuenta que la mayor parte del material que llega a Ultrapop es música electrónica. “Muchas son malísimas, cosas que las puede hacer cualquier con una computadora”, dice. “Las dos o tres cosas que me parecen interesantes no las puedo editar porque me fundo. Creo que no está muy bueno lo que pasa. Los artistas nuevos que me vienen a hablar, todos piensan en vender y hacer un hit más que en crear una estética novedosa. Me llega mucho, lo escucho todo y me agrada muy poco. La electrónica va a crecer, pero no me atrevería a decir que se va a imponer como género. No hay muchas propuestas realmente originales. Hay cosas interesantes, con factores de idiosincrasia local, pero no creo que termine de imponerse.”
Desde el hip hop, DJ Tortuga coincide en la necesidad de incorporar elementos locales a un género que de otro modo acabará convirtiéndose en la caricatura sudamericana del universo afroamericano. “Creo que el futuro del hip hop argentino nace ahora, gente que está haciendo cosas con identidad y mensaje propios, captando la esencia del hip hop moderno sin dejar de lado la cultura argentina. El futuro del hip hop argentino no nace con cuatro pelotudos copiando a un grupo de Cuba o haciéndose los gangsta. El Sindicato a mí no me representa. Se hacen llamar Sindicato Argentino del Hip Hop y se visten de cubanos. ¿Por qué no usan bases con tango o folklore?”
La lentísima evolución del rap argentino, para el ex líder de Tumbas y afiliado a la Nación Hip Hop, tiene que ver con que “la vieja escuela fue muy cerrada”. “Hubo una elite urbana cultural que se encanutó la data, cuando en realidad la esencia de la cultura hip hop es la expansión”, precisa. “A mediados de los ‘90 apareció una generación que le metió más pata. Llegamos a un 2000 con varios exponentes super profesionales, de unnivel mundial. Hablo de Koxmoz (ex La Organización), los cordobeses de Doble H, Metrix en Mendoza, los DJs Ramma, Orange, Tortuga... Por otro lado, los que escuchan electrónica suelen ser más abiertos que los que escuchan hip hop. Pero la gente que hace electrónica en Argentina cometió un error: no escuchó hip hop. Las dos escenas se están asociando, pero hay mucho más de trip que de hip. Creo que la escena dance de acá está hecha mierda a nivel artístico. Los artistas que la manejan tienen demasiado nombre, y no pelan.”
De manera que todo se reduce a un montón de piezas sueltas de un rompecabezas distorsionado. Piezas que probablemente ni siquiera encajen, pero que tienen la fuerza suficiente para generar algo por sí solas. Parece un momento adecuado para hacer rock, en un país arruinado y caliente como la garganta de Johnny Rotten. Y es un pésimo momento para querer salvarse con el rock, en medio del más absoluto desamparo financiero. En el norte del mundo parece haber bastante lugar para la electrónica bailable, el pop de productores (y productos) y también para un regreso al rock de guitarras más o menos filosas (The Strokes, Ryan Adams, Travis...). En Argentina, en tanto, el quilombo aviva el fuego de los hornos adolescentes y se sabe que, cuando las papas queman, al rock le gusta entrar en acción. Al menos eso es lo que solía pasar, ¿no?