SUEDE, CHEMICAL BROTHERS Y PRIMAL SCREAM HACEN MEMORIA Y BALANCE
El tiempo no para
Para Suede, resultó un testamento. En Primal Scream opera como recordatorio. Con Chemical Brothers, la saga promete continuar. Tres bandas que simbolizaron el optimismo pop de la Gran Bretaña laborista en los ‘90, repasan todos estos años de gente.
POR PABLO PLOTKIN
A los diez años de vida, cuando una banda de rock llega a su primera o segunda vejez, suele editar un compilado que revisa su historia. El efecto puede ser revitalizador (sobre todo en términos económicos) o desahuciante, en los casos en que hay que esforzarse por incluir un par de canciones de los últimos discos y no presentarlo como un catálogo de los años felices. Primal Scream, en ese sentido, tiene poco que perder: los escoceses cumplirán pronto ¡veinte años! de vigencia escénica y van camino de envejecer como unos Rolling Stones de la era del acid house. Suede editó su colección de simples, pero terminó siendo su testamento como banda. Los Chemical Brothers, en cambio, compusieron un hit a la altura de su reputación (“The Golden Path”) y lo incorporaron a una década de esplendor pistero.
Cada cual en su juego, estas tres bandas fueron portavoces de la euforia generacional que vivió Gran Bretaña en la década pasada. El laborismo engañoso al poder, la solución al problema hooligan (y, con ella, su conversión de actor social a entidad estética) y el esplendor económico de la Premier League de fútbol, los libros de Irvine Welsh, el éxtasis, la explosión del house y, casi al mismo tiempo, el ascenso de una generación rockera avasallante (Blur, Oasis, Pulp, Suede...). Los compilados, además de resumir parte de la música con que se vibró y bailó hace unos años, parecen mofarse del anhelo de juventud eterna que contenían esas canciones voluptuosas, que soñaban con una generación que ganaba las calles y volaba más allá del sol. Por un momento fue difícil no creerles.
Muerto al llegar
Un par de semanas antes de la separación, en entrevista con el No, el tecladista Alex Lee se refería a Suede como “una banda a la que nunca le interesó predicar”. “La música es intrínsecamente política –aclaraba–, porque habla de la vida en Inglaterra desde una perspectiva nueva. Pero empezar a enarbolar banderas no iría con la personalidad del grupo. Está claro que la política de Gran Bretaña –un Estado que invade a otros países– es lo bastante grave como para salir a la calle y voltear al gobierno, pero no creo que podamos lograrlo desde Suede.” Valga la declaración como el epitafio de una banda que se propuso ser perversa y hermosa y que lo consiguió mientras Brett Anderson alumbraba canciones tan convincentes como “Beatiful Ones” y “So Young”. Esta secreción hedonista y teatral del brit pop no envejeció en el pub, atiborrándose de cerveza y estribillos de cancha, sino que expuso su desgaste y maquillaje corrido en un último disco apenas perceptible (A New Morning). “Suede siempre fue un grupo outsider”, decía Alex. “Nunca formó parte de ninguna escena. Supo inventar un mundo propio.” Y vivió dentro de él mientras pudo.
Sucias estrellas
Le preguntaron a Bobby Gillespie si, en tiempos de Screamadelica (1991), le sorprendió que la escena dance lo adoptara como fetiche. “Estaba demasiado zarpado como para darme cuenta de nada. Sólo recuerdo que íbamos a bailar y que la gente era muy amable con nosotros.” Si The Rapture representa a una generación capaz de rockear en la discoteca –y de ravear en un show de rock–, aquella obra de Primal Scream inauguraba una década de sensaciones mezcladas: los escoceses empezaban a borrar las marcas divisorias entre la efervescente cultura house, el rock y la música negra. Eso que hoy se pondera como un hecho consumado, corresponde a una red anárquica en la que Primal opera como el primer nodo de los ‘90. Tal como lo expresa el flamante compilado Dirty Hits, la banda es una especie de aleph de la Bretaña callejera del último tiempo, incluyendo la estetización hooligan, la electrónica anfetamínica y el rock and roll stone. Pero Bobby sabe que ese perfil ya no implica un acto de rebeldía. “Noel Gallagher tenía razón: las drogas son un lugar tan común como una taza de té.”
Hay química
Si Primal Scream encarnó a la pandilla de rock bola de espejos, los Chemical Brothers impusieron la figura del alumno traga que, desde el laboratorio, puede sonar como una tropa de síntesis bailable. Su antología Singles 93-03 reúne, en orden cronológico, las piezas que diseñaron Ed Simmons y Tom Rowlands desde que abandonaron sus estudios de Historia Medieval en la Universidad de Manchester para llevar a las bandejas y el sampler sus vinilos de hip hop, rock, soul y los beats revelados en The Hacienda, el boliche insignia de la primavera del acid house. Después de diez años de funcionar como conectores de géneros, los Chemical lanzaron un compilado de éxitos pero, antes, se ocuparon de componer una canción nueva que los reacomodara en el planisferio. En el épico house-rock “The Golden Path”, el Flaming Lips Wayne Coyne actúa como un predicador de Oklahoma frente a una encrucijada existencial. No es casual que ese tema y otro intervenido por el rapper canadiense K-OS (“Get Yourself High”) cierren la antología, sugiriendo que la historia del dúo químico todavía está en marcha, al igual que el territorio híbrido que ellos mismos abonaron.