CONVIVIR CON VIRUS
Convivir con virus
› Por Marta Dillon
Cada vez que Fabiana me llama para contarme de un nuevo romance entro en pánico. Escucho su voz exaltada, la descripción del encuentro, las fantasías que es capaz de tejer con la única materia de unos cuantos gustos compartidos. Pero siempre es posible sentir esa ligera vibración al final, como si de entrada estuviera resignada a que todo va a terminar tarde o temprano. En el fondo es así, no hay nada que permanezca para siempre. Pero hace falta ir tan lejos, Fabiana se las arregla para que el final siempre sea anticipado. Y yo temo porque sé lo que me va a decir. Que su relación va de maravillas, pero el tiempo pasa y no puede decir que vive con vih. Le ha pasado más de una vez, a todos nos ha pasado, que con solo mencionar la sigla fatídica la historia de amor adquiera temperatura de glaciar. Es esa experiencia la que le sugiere mantenerse callada el mayor tiempo posible, como si supiera que el final será, inexorablemente, esa confesión. No es así, le digo, no todo el mundo pierde la oportunidad de una aventura por no correr el riesgo. Es más, hay quienes saben cuáles son los riesgos y eligen evitarlos protegiéndose correctamente. Pero es cierto que a medida que la intimidad crece entre dos personas parece ridículo ocultar algo que ocupa tanto tiempo en la cabeza de quien vive con vih. Ni hablar de los detalles técnicos, como ocultar las pastillas, eso puede ser una simple incomodidad. Es el poder de lo que se calla deliberadamente lo que empieza a hacer tic tac como una antigua bomba de tiempo. ¿Cómo se hace para elegir un momento adecuado para la revelación -porque a medida que pasan los días y los meses la noticia adquiere carácter de revelación– cuando ya se conocen hasta los últimos detalles de la anatomía del otro? ¿Cómo se puede escuchar eso que debería ser sólo un diagnóstico serológico cuando se lo ha ocultado celosamente? No es fácil enfrentarse al rechazo, es cierto. Pero tampoco debe ser nada fácil estar del otro lado. Cada uno toma las decisiones que quiere y que puede, pero siempre es más fácil hacerlo cuando la verdad está sobre la mesa.