CONVIVIR CON VIRUS
Convivir con virus
Por Marta Dillon
Es así, a veces hay que aprender a caminar controlando las pasos. Dar uno detrás del otro, respirar hondo, acumular fuerza, dar otro más. El aire es espeso, un magma caliente que hay que atravesar aunque en el tránsito quede la piel como un vestido viejo y la carne se queje de su impúdica intemperie. Y no hay salida, hay seguir caminando. Levantarse otra vez de la cama y buscar excusas para emprender el día, sin ninguna esperanza de aventura, sólo para atravesarlo, dejarlo atrás al menos. Tal vez mañana. Tal vez el abismo encuentre su fondo en alguna hora y no queden más opciones que remontar la cuesta con los ojos en el cielo y la sombra en la espalda. Siempre fue así, aunque algunas veces parezca peor. Aunque las voces de los muertos se vuelvan estridentes de tanto en tanto para proclamar su ausencia a los cuatro vientos. No ya en la memoria, sino en el cuerpo, miembros fantasmas con los que ya no se puede contar. Y sin embargo tan presentes, tan cerca los siento que hasta puedo entablar conversaciones, cotejar con el tiempo en que estaban vivos las esperanzas que sosteníamos para este futuro, mi presente. ¿Tengo alguna ventaja por estar en este mundo? ¿He ganado algo sobre todo lo perdido? Seguro que sí, y de todos modos lo que se puede considerar ganado no es lo que se acumula. No son más que experiencias como tachas en un telón oscuro. ¿Es un deber vivir por todos los que no están? ¿Es un deber estar viva? ¿De qué materia se construye la esperanza? Igual, ni siquiera eso es necesario, el puro presente alcanza, dos o tres cosas que endulzan el día. Las mismas que tengo en los días oscuros, pero me cuesta encontrarlas, reconocerlas, ando tanteando a mi alrededor como una ciega, como si los ojos se me hubieran apagado de repente. ¿Cómo era que la vida me parecía un premio? ¿Cuándo fue que tiré piedras a los faroles de mi ruta? ¿Podría repararlos ahora, volver sobre mis pasos y pegar los restos, uno sobre otro hasta que se enciendan? Tal vez, sencillamente, tenga que avivar otros fuegos, esa es la posibilidad de estar viva. Cambiar, moverse, atravesar estos días como piedras calientes bajo los pies desnudos.