CONVIVIR CON VIRUS
convivir con virus
Por Marta Dillon
Ella va a buscar la leche maternizada al hospital Paroisien de La Matanza. Tiene que ir una vez por semana, a veces más seguido. Las partidas no alcanzan para que las mamás la acumulen en su casa. Algunas veces hay, otras no. A veces llega con el bebé en brazos, llorando de hambre. La leche se acabó el día anterior y bueno, hay que esperar. Pero el bebé no espera y a ella la paciencia y la desesperación la marean y entonces saca la teta y es como magia. El bebé se calma, entrecierra los ojos, acaricia a su mamá y se escucha el sonido de la saciedad en su garganta. Sería una escena como cualquier otra si ella no tuviera vih, pero lo tiene. Y sabe que no debería amamantarlo porque ésa es una de las vías posibles de contagio de madre a hijo. Pero no es la primera vez que lo hace, por eso tiene leche. Hay que bancarse que tu hijo llore de hambre, dice ella, defendiéndose de un ataque que nunca llega. En realidad, poniéndose en guardia frente a los alaridos que da la culpa dentro de su cráneo, gritos sordos que suelen despertarla de noche, justo antes de que su bebé empiece a llorar y ella tenga, algunas veces sí, otras no, leche para calmarlo. Ella es la primera que se anima a contarlo, pero hay muchas otras mamás que saben de qué habla. En el encuentro de la Red Bonaerense de personas viviendo con vih la palabra que más se repitió fue hambre. Y eso, coincidieron, es peor que cualquier otra epidemia. ¿Se puede decidir entre el hambre y el riesgo del contagio? Cuando la urgencia te aprieta el cuello sólo pensás en soltarte, se dan patadas a ciegas con tal de avanzar un tranco más en el camino, mañana, quién sabe, quién sabe si habrá mañana. Lo que hay es un niño que llora ahora, radicalmente ahora, que no entiende nada del programa provincial de sida ni de sus padres desocupados, ni del precio de la leche ni un carajo. Lo que hay, dicen las mamás con vergüenza, con desesperación, somos estas mujeres que no saben qué carajo hacer con ese pedido imperioso mientras los pechos se les llenan de esa leche que alimenta pero es peligrosa, muy peligrosa. Del hambre, de eso se hablo en el encuentro de la red bonaerense de personas viviendo con vih, ya no de medicamentos, ni siquiera de discriminación. De hambre.