Jue 03.01.2002
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CONVIVIR CON VIRUS

Convivir con virus

› Por Marta Dillon

¿Cómo quitarse de entre las costillas esta piedra que apenas me permite respirar? ¿Cómo hacer para que la memoria esquive las imágenes de los últimos días? Ya no los enfrentamientos en Plaza de Mayo, ni siquiera la furia de los saqueos que enfrentó a vecinos de una misma cuadra como perros disputando un hueso ya pelado. La última imagen, para mí, la que resume la angustia de estos días extraños, es ese hombre uniformado disparando a mansalva sobre los pibes de Floresta, el rastro púrpura sobre la estación de servicio, los vecinos desesperados pero en la calle diciendo basta, por favor basta de impunidad. La impotencia es un grito mudo, como esos que se quieren dar en pesadillas con la garganta bloqueada por el sueño hasta que un sonido como una puerta nos devuelve a la vigilia. Seguramente, para los vecinos que pasaron el año nuevo en la calle, marchar fue como despertar, aunque la pesadilla continúe a plena luz del día. Acá estamos todos, pienso, golpeados y aturdidos, haciendo un esfuerzo de memoria para recordar esos deseos que se enuncian cada vez que el calendario promete una alivio sólo porque los días empiezan a contarse de nuevo. Con un resto de vergüenza por alguna buena noticia privada en medio de este dolor generalizado como una epidemia. Y a pesar de eso hay que levantarse de la cama y no encuentro un desafío mayor que alegrarme por esas pocas cosas que hacen la vida dulce. Fundirse en un abrazo con quien entiende que no hay mejor refugio que el amor. Encontrar un caracol en la playa e inventar las profundidades de las que emerge hasta nuestros pies. Encontrarse en la mirada de otro y descubrir las tempestades que agita el deseo. Tener la voluntad de seguir saliendo a la calle sabiendo que el único arquitecto del destino son nuestras propias manos. Y las manos que se encuentran en el camino. Decir y escuchar feliz año y construir el optimismo con empecinada prepotencia, porque sí, porque no conozco otra manera de vivir. Porque aun cuando haya que administrar el aire como buzos, todavía queda aire y hasta aire fresco en esos lazos que unen pero que no atan, que hablan el mismo idioma aun en silencio. Por esas pocas cosas, ¡Salud!

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