CONVIVIR CON VIRUS
CONVIVIR CON VIRUS
› Por Marta Dillon
El domingo pasado se publicó en este mismo diario una nota titulada: “El me contagió a propósito”, en la que se contaba la historia de una mujer que denunció a su ex pareja por haber mantenido con ella relaciones sin preservativo, aun sabiendo que vivía con vih. Lo peor de la historia es que el hombre en cuestión fue condenado por “lesiones gravísimas” a tres años de prisión en suspenso. Se trataba de una pareja de clase media, con suficientes recursos culturales como para ejercer su libre albedrío, que un buen día decidieron, de común acuerdo, dejar de usar preservativos. Claro que para tomar esa decisión, en lugar de hacerse los análisis de rutina para protegerse y proteger al otro, se basaron en la confianza. Mariana –la denunciante– se lamenta de haber “confiado demasiado”. Sinceramente, me importa poco la calaña moral del tipo que prefirió mentir antes que hacerse cargo, aun a riesgo de infectar a quien amaba. El dijo en el juicio que sólo una vez evitó el forro, ella dice que fueron más. Qué importa. Supongo que la chica, desesperada como toda persona que recibe un diagnóstico de vih positivo, al menos en el primer momento, necesitó encontrar un culpable para lo que le pasaba. Muchas veces una se pregunta por qué me tiene que pasar esto a mí y suele ser un alivio cuando la explicación está en otro lado. A veces, el lugar de la víctima resulta cómodo. Más cuando se trata de este temita del vih que sigue aludiendo a putos, putas, promiscuos, drogadictos y demás personajes deleznables. Demasiadas veces me han preguntado cómo me contagié, con cierta carga de voyeurismo por una parte y para ver si me lo merezco por la otra. Y sé también de esa ansiedad por verme como una víctima inocente presa de un marido autoritario o de una transfusión no controlada. Qué cómoda es la piedad por los desvalidos y qué difícil asumir las propias decisiones, malas o buenas. ¿Desde cuándo la confianza protege del vih? ¿Sabrá esta chica, que ahora cuenta con la piedad de un juez, que en nombre de la confianza es como se expande la epidemia? Y si confió en esta pareja a la que denunció, ¿cómo sabemos que no confió antes en otras que la infectaron con vih? ¿Acaso el juez querrá sentar un precedente para todos los que no se animan a decir que tienen vih –”Mejor no cojan, pueden ser denunciados”–? Lo lamento, pero si vamos a seguir vivos, también vamos a seguir cogiendo. Y mientras el prejuicio y la discriminación estén consagrados por quienes imparten justicia, cada vez serán más los que callen –¿Por qué no te querés sacar el forro? ¿Acaso no me tenés confianza?, me preguntaron más de una vez–, los que se oculten, los que no pueden hacerse cargo.