La locura, Pastillas,
El abismo, No hay luz, Clonazepam... No
se trata de definir telegráficamente la situación actual argentina,
simplemente así se llaman algunas canciones que Blues Motel grabó
en su cuarto disco Malbec.
¿Tan de bajón viene la mano?
Es cierto responde Adrián Herrera, guitarrista, las
letras son melanco, de bajón y resaca. En Clonazepam tengo
la imagen del chabón de La metamorfosis de Kafka en un cuarto oscuro,
medio arruinado y mirándose en el espejo. Lo veo onda Tom Waits... apagado.
Además tiene que ver con un mambo fóbico y de ciertas psicosis
raras que sufrí. La onda de las letras está asociada a esa época
chota que vivimos durante la grabación del tercer disco Un tajo
en la oreja (1998), tuvimos problemas de salud, problemas con la compañía,
problemas para conseguir lugares para tocar. Hay muchas cosas que no podés
resolver y la vía para hacerlo pasa por escribir así. Es un proceso
que estamos asimilando ahora.
La música de Malbec, en este contexto, aparece como la contracara de
la tendencia letrística. La banda suena fresca y emotiva en ¿No
parece extraño?, rocker como en los primeros tiempos en Desperté
y furiosa en Demian & Abraxas. Malbec es la síntesis
de nuestra historia. En el tercer disco, muchos pibes stone nos hicieron la
cruz por habernos tomado el atrevimiento de cambiar y la gente que podría
haber gustado de ese disco, debido a esa maldita etiqueta que te ponen, ni siquiera
se tomó el laburo de escucharlo. Pero, a partir de sacarnos las ganas
de experimentar, pudimos volver a nuestro estilo ya sin pegarnos tanto a los
Stones. Algo parecido a lo que hicieron Los Piojos, prosigue Adrián.
Muchas cosas han pasado desde que la banda debutó en 1988. La historia
de Blues Motel es una historia de amigos, de marchas y contramarchas, de búsqueda,
de resistencia al éxito. Podríamos haber hecho negocio si
nos quedábamos pegados a la etiqueta stone. Pero no es la idea. Acá
te encajonan y quedás acorralado en un lugar del que no podés
zafar. Eso me rompe las pelotas... Los rollinga, los mengano, los fulano, son
todos unos boludos, es un extremo ridículo, que te limita para progresar
como banda, dice Rafael Gidenberger, el baterista. C.V.
EL REGRESO DE LOS VERDADEROS
BUZZCOCKS
Dúo dinámico
La reunión no mereció ninguna tapa de revistas, ni un especial de MTV (qué va...). Pero buena parte de la música punk, y lo que vino después, es responsabilidad de estos dos señores mayores con pinta de locos que te miran desde la foto y que, 24 años después de firmar el primer lanzamiento punk independiente Spiral Scratch, por The Buzzcocks, volvieron a hacer música juntos. Pete Shelley y Howard Devoto, los protagonistas de la historia, tomaron por diferentes caminos luego del seminal EP surgido desde Manchester en 1977. Shelley siguió con sus Buzzcocks hasta el presente (el año pasado vinieron por segunda vez a Buenos Aires) y Devoto entregó, por ejemplo, un gran disco como The Correct Use of Soap con Magazine clave para entender la actualidad de Radiohead, sin ir más lejos, hasta que prefirió convertirse en director de archivo de una agencia fotográfica. No volvió a la música hasta que co-escribió y tocó con Mansun, en el proyecto Railings. Ahora, el punk rocker y el art rocker se unieron con el alias autorreferencial Shelley-Devoto y el resultado es Buzzkunst: un disco mecánico y visceral, que remite a Kraftwerk y David Bowie, tanto como a la nueva ola inglesa que ellos mismos contribuyeron a crear. La música de dos hombres maduros (por los 50) que ya vieron pasar algunas cosas, aunque ellos sigan ahí. ¿Mirarse a sí mismo y ver qué? Es un vicio para una persona como yo: quedarme atrapado en la imagen mental que, creo, se tiene de mí. Hay gente que se desilusiona si te ve sentado en el colectivo o comprando un papel higiénico más barato del que creen puedo comprar, razona Devoto, el señor al que alguna vez se definió en el estilo tan británico de definir como el Orson Welles del rock. E.P.
LA HISTORIA SEGUN MR. BEAN
Había una vez...
El señor Bean, el
niño en cuerpo de adulto capaz de las más increíbles morisquetas
y desastres provocados a su paso, alguna vez vistió de caballero de la
corte británica. Con él (más bien a través de él),
el devenir de los acontecimientos políticos del Reino Unido de la Gran
Bretaña pasa por The Black Adder, una serie histórico-paródica
que retrata todo tipo de escándalos, traiciones, victorias y miserias
de la Corona. Con un estilo definitivamente adecuado a la mirada Monty
Python de la historia (parodia, pero no tanto), la serie comenzó
a emitirse en la BBC en 1983 y se extendió debido a su éxito en
las islas, hasta 1990. Ahora, en Argentina 2002 se presenta la oportunidad de
ver su primera temporada, que consta de seis capítulos de media hora
y que recorre el período 1485-1489, clave en la conformación moderna
del Imperio. Desfilan los reyes, sus cortes, las guerras y conspiraciones, las
ansias de poder. Lo mejor de todo es que en cada uno de esos momentos está
Bean (perdón, Rowan Atkinson), haciendo esas caras que sólo él
puede hacer. Un programa irresistible.
The Black Adder se puede ver, gratis, de martes a viernes a las
18 en el British Arts Centre, Suipacha 1333, hasta el viernes 19.
LINIERS EXPONE EN RECOLETA
Es arte
Además del virrey,
el barrio y el mercado, Liniers es el segundo nombre de Ricardo Siri, el autor
de la tira que se publica cada semana en esta misma página. Sus personajes
ya no necesitan presentación: los pingüinos, el hombre con un señor
pegado a la cabeza, Warner (el tipo al que todo le sale mal), la absurda saga
melodramática Love Story, la reveladora ¿Es arte? y, más
lejos en el tiempo, el sujeto que se encargaba de poner títulos en castellano
a las películas extranjeras. No sé quién es, pero
si me lo señalan en la calle creo que le pego una trompada. Me imagino
a una especie de Luis Pedro Toni, dice Liniers, cuyos primeros recuerdos
como lector (antes de tragar la tinta agria de Robert Crumb) se remontan a las
obras de Quino (Mafalda), Hergé (Tintín), Harriman (Crazy Cat)
y Schultz (Peanuts; o Snoopy, para los amigos). Los cuatro maestros que retrató
con riguroso realismo en cierta entrega de Bonjour. A propósito: ¿por
qué a Liniers cada tanto se le ocurre dibujar en serio? Eso es
para la gente que me pregunta si sé dibujar. No creo ser un gran dibujante,
pero parece necesario aclarar que, si me lo propongo, sé dibujar una
casa, o a una persona normal. También es una manera de recuperar el espíritu
de los comienzos de la historieta, cuando se dibujaba mucho. En los últimos
30, 40 años de humor gráfico, el dibujo sólo parece acompañar
al chiste. Liniers viene interesándose por artistas que llevan
el dibujo al terreno de la literatura, de la historieta novelada: Daniel Clowes
con sus Ghost World y Como un guante de seda forjado en hierro, o Chris Ware
con la increíble Jimmy Corrigan, el niño más inteligente
de la tierra. Gracias al interés de la editorial valenciana Ponent, él
mismo está abocado a la realización de una novela gráfica,
mientras celebra la aparición de Warhol para principiantes (con textos
de Santiago Rial Ungaro) y la posible recopilación de las tiras Bonjour
a cargo de Ediciones de la Flor. Entre la inocencia y la psicodelia, Liniers
define la esencia de su estilo: Yo trato de evitar remates, de agarrar
al lector a contrapelo. No veo por qué el último cuadrito tiene
que ser el gracioso. P.P.
La exposición Bonjour inaugurará hoy a las 19 en el
espacio Historieta del Centro Cultura Recoleta (Junín 1930). Permanecerá
abierta hasta el 28 de abril. Se exhibirán trabajos publicados en este
suplemento, además de bocetos, rarezas y originales de otros trabajos.
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