“Somos los revendedores/ de espejitos de colores./ Con pala juntamos guita/ gracias al indio diaguita.” Así es el lema del sello discográfico Putaenmaya, que sólo edita música interpretada por tribus aborígenes y por expertos en estafar a turistas sajones. El sello pertenece al argentino José Sand Olalla, un veterano de la escena hardcore-gay-ecologista-vegetarianista-naturista-indigenista-menottista-pacifista-americanista, que ahora se volcó al mercado eurogarpante: “El burgués europeo ama la música tocada por salvajes del tercer mundo”, explica Sand Olalla, “y Putaenmaya le ofrece un catálogo de cosas mal grabadas, plagios folklóricos y diseños con muchas llamas, totems y tapices supuestamente indígenas”.

Algunos títulos de Putaenmaya ya son furor en París, Ibiza y Berlín; como Chac chac chac (que registra el rítmico masticar de caníbales del Amazonas en plena ingesta de un fotógrafo de National Geographic) y como Buenos Dientes Social Club (grabación de ancianos hondureños que utilizan sus dentaduras postizas como si fueran castañuelas). Aunque a veces el sello se pasa de vivo y el choreo queda a la vista, como en el disco Indios sin Dios, que en teoría compila las plegarias de un grupo de aborígenes ateos, y en la práctica consiste en un CD con 74 minutos de silencio absoluto.

“La world music es así”, se defiende Sand Olalla. “No podemos comprenderla desde nuestra propia cultura sino que hay que meterse en la mente de unas bestias no cristianas que se creen músicos cuando en realidad sólo hacen ruido mientras se embriagan con alucinógenos.” Son palabras polémicas, sí; pero vienen de un gurú de la industria cuyas ideas se traducen en euros.

* Cualquier similitud con la realidad, es fruto de la perversa imaginación del lector.