¿Qué tienen en común el homenaje, la influencia, la cita, el guiño, el remix y el sampleo? La vocación de afano. Sin embargo, los miembros de Los Plagiadores, la banda con más hype de la escena copiona local, no lo entiende tan así. Lo fundamenta el bajista Corde, vestido con un pijama y luciendo su cabeza afeitada: “Hacen falta pelotas para plagiar, porque implica no tenerle miedo a ningún posible juicio, ni someterse a la dictadura de los derechos de autor”. Por su parte, el cantante Mick -labios gigantes, movimientos con aleteos gallináceos– asegura: “El plagio es un arte único, porque implica un equilibrio exacto. No sos una banda de covers, pero tampoco podés plagiar tan sutilmente como para que el choreo no se note. A ver si todavía alguien piensa que pretendés tener una obra propia”, se asusta.

Como era de temerse, Los Plagiadores sustentan sus argumentos con música. En su espectáculo, que parece un greatest hits de la historia del rock, todo remite a algo: desde su actitud escénica (matanza de pollitos, incendio de guitarras) y sus frases entre las canciones (mucho “gracias totales”, mucho “hagamos el pogo más grande del mundo”), hasta su look (bigote bicolor, brazaletes con la sigla S.N.M.).

Es justo decir que el producto final de Los Plagiadores resulta efectivo. La mejor prueba está en su hitazo Los piratas, cuya inspiradísima letra dice: “Si esta cárcel sigue así / me voy a tirar del noveno piso. / Me gusta estar al lado del camino, / de un caminito al costado del mundo, / y sentarme en un parque a fumar un porrito. / ¡Qué ganas de verte tenemos todos acá! / Muchacha, pechos de miel, / dame un poco más, quiero intoxicarme en vos. / No sé por qué imaginé / que te excita pensar hasta dónde llegaré. / Se viene el estallido... / Va a venir; no va a venir; ¿o va a venir?”.

Cualquier parecido con la realidad, acaso sea –también– un plagio.