LA BANDA QUE NUNCA VAS A ESCUCHAR
› Por Javier Aguirre
Hay casos en los que el valor de un artista lo da la mirada original y creativa que pueda tener sobre algo aburrido y nada interesante. La validez de esta idea —hacer trascender lo intrascendente, darle vida eterna a cualquier garcha— la sustentan bandas consagradas como los Rex Jilla (que construyeron una carrera fantástica sólo cantándoles a los trapos de piso), los Examen Lunar (que descubrieron el costado más rockero de los dermatólogos), los Pimpinegra (la paródica versión afroargentina del célebre dúo de los hermanos Galán) o los Burrócratas (cuyas canciones cargan contra los oficinistas poco inteligentes que viven equivocándose al llenar formularios por triplicado).
En esa línea se alinea un grupo que conmociona el under de Boedo y el Bajo Flores con esa misma picardía —entre inquietante y definitivamente chanta— que Ramón Díaz transmite a los hinchas de San Lorenzo. Se trata de los Estampillos, power trío integrado por fanáticos de la filatelia, capaces de sacar aceite de las piedras, ya que su obra rescata el lado más excitante, provocador y anti-sistema del somnífero arte de coleccionar estampillas.
Aclaración: los fans de Estampillos no son sólo freaks sexagenarios para los que un sello postal de Singapur tiene efectos similares a los del Viagra, sino que su público se compone básicamente de jóvenes rockeros de ley: rebeldes dispuestos a cambiar el mundo y, mientras tanto, pasarla bien y robarle la gorra a un policía.
Con apenas dos años de trayectoria, los Estampillos ya hicieron por la filatelia mucho más que las autoridades postales y los centros de jubilados. Canciones como la contestataria ¿E-mail? No gracias, como la polémica La tengo en la punta de la lengua —que detrás de referencias ingenuas sobre cómo pegar una estampilla, oculta mensajes sexuales y de apología del LSD— o como la genial Fabio Zerpa tenía razón (otra vez) —la historia de un filatelista que se hace rico vendiendo estampillas de los Correos de Marte y Saturno— constituyen un aporte incalculable para que cada vez más adolescentes inquietos y enérgicos se conviertan en abúlicos acumuladores de estampillas.
* Cualquier parecido con la realidad debe ser consecuencia de los excesos del verano, y del insoportable calor del 1º de enero.
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