Ya desde la irreverente imagen de tapa de su álbum debut El mate de las cinco de la tarde —una clásica postal de Londres, en la que en lugar del legendario Big Ben aparece un inmenso termo— se vislumbra que la escena musical uruguaya, acaso harta de tanto candombe, se ha volcado definitivamente al brit-pop. Es que el sexteto oriental Porongo O’Clock logra a través de la imaginería de sus letras que su Tacuarembó natal se parezca a Piccadilly Circus, que los jugosos chotos parrilleros del Uruguay reemplacen al britaniquísimo pastel de manzana y canela, que Natalia Oreiro sea la sexta Spice Girl, que los guardias del palacio de Buckingham vistan la camiseta de Peñarol y que Benny Hill use el bigote de Berugo Carámbula.

Liderados por la dupla que conforman el guitarrista Washington Gallagher y el cantante Tabaré Albarn, los Porongo O’Clock prueban que la herencia de los sesentosísimos Shakers permanece viva. Distanciados de otros artistas de la escena rock uruguaya como No Te Va Gustar, El Cuarteto de Nos o La Vela Puerca (“son una manga de sudacas”, asegura, en inglés con logrado acento cockney, el bajista montevideano Nelson Yorke), ellos construyeron su éxito a partir de memorables presentaciones en la embajada británica en Montevideo y en la cancha del Liverpool, el modesto club de fútbol de la Primera División del hermano país. Y ya preparan su esperado desembarco en la Argentina, para la cual instaron a cruzar el Río de la Plata a sus fans más radicales, conocidos como “los porongueros” o bien como “the poronguers”.

Su promoción en tierras argentinas está asegurada merced a hitazos como Thirty-Three Eastern People (una picaresca balada que no alude a los 33 orientales, iconos independentistas uruguayos, sino a una partusa con 33 gatos traídos de Tailandia por una agencia de turismo sexual), Paperpoison Factory (su contemporizadora visión sobre las papeleras) o East Point Garcgentinian Tourist (ácida crítica a los turistas argentinos garcas que veranean en Punta del Este). ¡Welcome!

* Cualquier parecido con la realidad, es producto de un error de tipeo no advertido por el corrector del Word.